Hace casi 15 años fui invitado por el director Juan Gabriel Uribe y por el entonces editor Óscar Montes a escribir una columna en El Nuevo Siglo. Hoy, más de 600 columnas después, que inicialmente se publicaron cada 15 días y poco tiempo después cada semana, tengo que dejar este honroso espacio que se me dispensó para expresar mis opiniones.
Durante todo este tiempo pude constatar que la frase de Álvaro Gómez que se auto reivindicaba como el “último liberal” se hace extensiva a El Nuevo Siglo que es el más liberal de los periódicos nacionales. Escribí en este diario supuestamente conservador con liberalidad absoluta. Jamás me fue impuesto un tema o, sugerido siquiera, algún cambio, por mínimo que fuera, en alguna de las líneas que escribí.
El privilegio de poder escribir una columna de opinión me ha servido, en mi formación profesional de abogado penalista para ser más sensible frente al tema de la libertad de expresión, para sentir con más elementos de juicio que los meramente académicos o teóricos, lo fundamental que es ese derecho no solo para quien lo ejerce, sino para la construcción de la democracia que nuestra Constitución garantiza.
Cada vez que uno lee o ve las vicisitudes que deben padecer los periodistas en las regiones por el acoso de las organizaciones criminales o las de sus colegas en los países totalitarios por el acoso de las autoridades de esos Estados, como las que sufre casi a diario Yoani Sánchez en Cuba, valora más la libertad de la que se goza por escribir en un medio nacional y desde la capital de la República.
Para quienes somos liberales, con la precisión y alcance que el filosofo Karl Popper define el término: “Llamo liberal, no al simpatizante de un partido político, sino simplemente a un hombre que concede valor a la libertad individual y que es sensible a los peligros inherentes a todas las formas de poder y de la autoridad” (Conjeturas y Refutaciones. 1962), el valor de la prensa libre es absoluto.
Con esas premisas escribí las columnas en El Nuevo Siglo, tratando de contribuir a construir un país en el que, como dicen Sabina y Chavela Vargas en Noches de Boda, “(…) las verdades no tengan complejos, las mentiras parezcan mentiras (…) que ser valiente no salga tan caro y que ser cobarde no valga la pena” o como dijo el gran paisano Darío Echandía, una Colombia en la que pueda volverse a pescar de noche.
Sin olvidar esas premisas, debo dejar esta Casa periodística y esta columna para asumir las responsabilidades públicas que el Estado colombiano me ha dispensado y que me impone otra forma de comunicación y una dedicación exclusiva a la tarea que se me ha encomendado.
Espero volver, si la vida me lo permite y los lectores me aguantan.
@Quinternatte