DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 28 de Septiembre de 2012

Malos ratos

 

Ayer y antier pasamos malos ratos ante el televisor. Por motivos distintos  y con trascendencia muy diferente, pero de todas maneras malos ratos.

Lo del Santiago Bernabeu difícilmente podía ser peor. Hinchas de Millonarios, aficionados al fútbol, apáticos frente al deporte, todos estaban pendientes de la presentación del equipo capitalino ante uno de los máximos exponentes del deporte mundial. El solo anuncio de este encuentro despertó recuerdos emocionantes. Los abuelos les contaron a los nietos las hazañas de la época dorada, cuando se jugaba en los estadios colombianos el mejor fútbol del mundo.

Los más jóvenes recibieron un curso intensivo de historia. Aprendieron quiénes fueron Pedernera, Báez y Rossi y en las salas de las casas, ante el susto de las madres temerosas de que un penalti terminara con un florero en el suelo o el vidrio de la ventana vuelto  añicos, los abuelitos les enseñaron  cómo atajaba Julio Cozzi.

Esa historia favorable a Millos quedó maltrecha a medida que pasaban los minutos y el Real Madrid aplastaba a los bogotanos con ocho goles, que pudieron ser más, jugando sin la alineación titular completa y, al final, con  el tercer arquero y diez jóvenes en trance de ascenso, salidos de sus divisiones inferiores. Canteranos, los llaman los periodistas deportivos españoles.

Los ocho goles le ponen cifras a una derrota aplastante. Nos enseñan que no se pueden tomar estos compromisos a la ligera y aunque no estamos ante una catástrofe social, es bueno pensarlo dos veces antes de exponerse a unas pruebas tan decepcionantes. Aterrizamos en la realidad de nuestro fútbol, muy distante de la calidad del Millonarios de Alfredo di Stéfano, cuya figura cargada de años y escoltada por la doctora Noemí, que no sabemos de qué se reía, comprobó que, por lo pronto, en su antiguo equipo no hay otra "Saeta Rubia".

Sea cual fuere el nivel, el deporte hay que tomarlo en serio.

El otro mal rato estremece el alma y muestra hasta dónde llega el desprecio por la vida.

Una cámara de seguridad registra el atentado de un sicario contra un ciudadano que, de pie en una acera, intenta llamar por celular. El sicario pasa por delante, lo mira, sigue de largo, se devuelve con el arma en la mano y en la segunda pasada dispara contra su víctima y huye a la carrera. Es la imagen de un desprecio absoluto por la vida humana y de cómo matar prójimos está calando en algunos desadaptados una cruel cultura de la muerte. La desprevención de la víctima, la frialdad del que dispara, el entorno de la escena, la frecuencia de estos episodios son síntomas elocuentes de una descomposición social que llega a extremos azarosos.

¿Qué se está haciendo frente a ese fenómeno en donde nada vale  la vida humana? ¿Si no se respeta ni se hace respetar el sagrado derecho a la vida, en qué quedan los demás derechos?

Para quienes ven esta noticia es como vivirla en directo. Deja huellas. Profundas. Muy profundas. De esas que no se borran. Como si estuviéramos en un reality macabro.

Sin embargo, en medio de los malos ratos hay algo reconfortante: en el desenlace de "Protagonistas de nuestra tele" el público, que elige ganadores después de convivir varios meses con los participantes, escogió pensando  más en quién es buena persona que en quién puede ser mejor actor.

Un buen rato de contenido esperanzador.