¡Ah, es tan fácil juzgar! Todos los días tenemos motivos de sobra para hacerlo, pues los egos de los demás les llevan a cometer todo tipo de errores. Evidentemente, a nosotros también. ¿Qué tan juzgado te sentiste la semana pasada?
No es una novedad reconocer que lo que nos molesta en el otro es todo aquello que nos activa nuestros propios botones, lo que nos confronta interiormente y que aún no hemos resuelto, bien sea porque también lo tenemos o porque lo vemos reflejado en alguien cercano y nos genera incomodidad. Sí, somos espejos mutuos, por una razón elemental: estamos hechos de lo mismo, en diferentes proporciones; somos uno.
Aprendimos a juzgar desde pequeños, lo cual -si bien nos permite diferenciar lo que corresponde hacer y lo que no- también nos lleva a señalar con el dedo acusador. También aprendimos a ser señalados y a ser condenados ante el error. ¿Te castigaron en tu infancia, por alguna travesura o por falta de disciplina? ¿Réplicas esos castigos, contigo o con otras personas? Hemos heredado los juicios y las condenas, entre conocidos y desconocidos; arrastramos la ligereza de etiquetar a quien se equivoca, así como en excluirle. Por supuesto, no se trata de no corregir los errores, de no enmendar lo que ha lastimado a otros o a nosotros mismos. Creo que lo que podemos hacer es actuar desde la compasión. Es ahí donde entra el discernimiento.
Mientras que el juicio se relaciona con la razón, el dictamen, la cordura y la lógica, el discernimiento va un paso más allá: lucidez, perspicacia, clarividencia. Cuando nos quedamos en el juicio podemos tener la buena intención de arreglar lo que no funciona, de corregir a quien erró, pero corremos el riesgo de ser implacables y de ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio. Al avanzar en el discernimiento, emprendemos un amoroso viaje interior. ¡Y eso es otra cosa! Discernir tiene que ver pedir luz, que la situación que requerimos resolver sea iluminada para encontrar las mejores respuestas.
Claro que he juzgado y condenado, a otras personas y a mí mismo. Como también he sido juzgado, condenado y excluido, sé lo doloroso que es sentir la estigmatización por haberme equivocado. ¡Y también he sido bendecido con la compasión de otros sobre mí! Por ello, ahora procuro detenerme antes de juzgar. Mientras que el juicio separa, el discernimiento nos permite reconocer nuestra conexión esencial y ampliar nuestra consciencia, pues -como seres humanos- nos volveremos a equivocar. Te invito a que en el siguiente error antes que el juicio pruebes el discernimiento, a que pidas la guía divina. Te conectarás con el Amor y aparecerá la solución más adecuada.
@eduardvarmont