Como constante histórica, la contienda geopolítica imperial no se detiene y la pandemia no ha sido un obstáculo para su desarrollo.
El mar meridional de China es un ejemplo que ha llevado a varios países del área a asociarse contra el creciente apetito expansionista de la potencia asiática.
Japón, India, Australia, Indonesia, Filipinas y, por supuesto, el Reino Unido y EEUU, han tejido un cordón que limitará las aspiraciones de Pekín.
Otro buen ejemplo es Medio Oriente y el Caspio. Tras el acuerdo con los Talibán, las tropas norteamericanas y de la OTAN están siendo retiradas, pero eso no significa que cese la cooperación militar.
Ante las previsibles y ya constatadas violaciones, Washington no solo seguirá proveyendo aviones de combate y asistencia selecta a Kabul sino que trasladará sus efectivos a países cercanos como Uzbekistán y Tayikistán, previendo que el gobierno local llegue a colapsar.
Por otra parte, el régimen teocrático persa sigue siendo un desafío monumental, no solo en materia de guerra cibernética, o por la navegación en el Golfo, sino por el flujo de ayuda militar que le presta a Venezuela.
Hace pocos días, la Armada iraní salió del Océano Índico por primera en su historia, y dos buques cargados de material militar cruzaron el Cabo de la Buena Esperanza y se internaron en el Atlántico, en ruta hacia el Caribe, con el fin de abastecer a la dictadura.
Al parecer, la pronta intervención de la diplomacia coercitiva norteamericana les llevó a cambiar el rumbo y dirigirse hacia Gibraltar para llegar a Siria, lo que, en la práctica, significa retornar a casa sin haber cumplido el propósito establecido.
Y aunque ese destino podría inquietar sensiblemente a Tel Aviv, está claro que la unidad entre los gobiernos Biden - Bennet está garantizada, con lo cual, es previsible que el Tzahal se ocupará de la cuestión si a los iraníes se le ocurre transferir ese material al Líbano, o a Gaza, para robustecer a Hamás o a Hezbolá.
En el Mar Negro sucede algo similar. Ante la anexión unilateral de Crimea por parte de Rusia, EEUU y el Reino Unido no pueden abandonar a Ucrania ni endosarle el control a Moscú, aunque esas aguas le sean vitales al Kremlin para su acceso al Mediterráneo.
De hecho, cuando el destructor británico ‘Defender’ decide penetrar el mar territorial que los rusos reclaman como propio, lo hace a sabiendas de que suscitaría feroz reclamo, como en efecto sucedió.
No obstante, con ello el Reino Unido siembra la clara sensación de que Occidente no abandona a sus aliados ni allí, ni en el Bósforo, ni en los Dardanelos, y mucho menos en el Báltico.
En otras palabras, China y Rusia elevan desaforadamente la temperatura estratégica, pero Occidente no declinará en su papel de garantizar el equilibrio de poder, la libre navegación y la ‘disuasión solidaria’ como pilar de la estabilidad internacional.