Días atrás el canciller Carlos H. Trujillo presentó la orientación que tendrá la política exterior del nuevo Gobierno. Los lineamientos expuestos se refieren a temas diversos. A propósito de los Estados Unidos, el canciller señaló que “Vamos a fortalecer nuestras relaciones con Estados Unidos. Vamos a diversificar nuestra agenda, aún más, con ese importante país; y vamos a adelantar una política de trabajo conjunto, estrecho y coordinado, para luchar eficazmente contra el problema mundial de la droga”.
La relación con los Estados Unidos es estratégica para Colombia. Esa verdad de Perogrullo no es el resultado de algún latinajo o abracadabra. Obedece a condicionantes materiales, coyunturas internas y factores externos, tanto como a elecciones de política y afinidades electivas. El vínculo entre Bogotá y Washington puede molestar a algunos políticos y activistas, así como a algunos académicos más bien maniqueos, para quienes la relación bilateral sólo puede darse en términos absolutos de aquiescencia y autonomía, como si entre uno y otro extremo no hubiera espacio para una realidad mucho más compleja, contradictoria, y fluida. Pero es un hecho monumental como un templo.
Nunca ha sido fácil, para nadie, pero especialmente para países relativamente menores en la escena internacional como Colombia, lidiar con una gran potencia. Ni siquiera cuando se cuenta con un sustrato importante de entendimiento y con un historial acumulado de buen relacionamiento. Esa dificultad se acentúa ahora que los Estados Unidos se han vuelto “una superpotencia súbitamente impredecible”.
Así lo subraya el profesor Stephen M. Walt en un artículo publicado recientemente por la revista Foreign Policy. Retomando ideas previamente abordadas, Walt sugiere cuatro estrategias que otros países pueden usar para lidiar con los Estados Unidos de Trump: el equilibrio, la obstaculización, la vinculación, y la deslegitimación. El inventario no es exhaustivo, pero proporciona un buen punto de partida para traducir la “orientación”, delineada por el canciller Trujillo, en una hoja de ruta para conducir las relaciones entre Colombia y los Estados Unidos durante los próximos años.
Habrá ocasiones, escenarios y asuntos en los que Colombia tendrá que buscar alineamientos para hacerle contrapeso a los Estados Unidos -es decir, para “equilibrar” la relación con ese país-. Ese contrapeso, abierto o suave, no tiene porqué significar ni porqué ser presentado como “anti-americanismo”; ni tiene porqué afectar los aspectos más sustanciales de la relación. Recientemente lo han practicado algunos de los aliados históricos de Washington. En cualquier caso, aunque no se trate de equilibrar la relación, Colombia deberá procurarse salvaguardas que le permitan sortear cualquier contingencia.
Quizá la “obstaculización” tenga menos espacio en el repertorio de Colombia. Pero no debería simplemente descartarse. A fin de cuentas, como observa Walt, hay formas sutiles de practicarla. El arte estará en hacerlo sin resbalar por la pendiente de la confrontación o la retaliación insoportable.
Teniendo en cuenta la idiosincrasia del presidente Trump, y la forma en que viene operando su política exterior -no pocas veces al margen del Departamento de Estado y de otros canales institucionales-, mal haría Colombia en no buscar canales de “vinculación”, directa y personal, con la Casa Blanca. Resulta prioritario para el país encontrar interlocutores que le hablen a Trump al oído, e identificar a aquellos que, en distintas agencias, inclinan la balanza en la toma de decisiones.
En cuanto a “deslegitimar”, a juicio de Walt el trabajo lo ha venido haciendo la propia administración Tump, al erosionar el poder blando y el liderazgo de los Estados Unidos. Pero, aunque no la emplee como estrategia, Colombia no está eximida de considerar las implicaciones que ello puede tener para la relación bilateral, e incluso, para el conjunto de su política exterior.
Como sea… Después de la visita del Secretario de Defensa, James Mattis, el Gobierno recién inaugurado tendrá seguramente más pistas para armar el rompecabezas de la relación con Estados Unidos. Esas pistas son imprescindibles para que ahora, con las luces de Walt y muchas otras, el palacio de San Carlos haga oportuna y cabalmente su tarea.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales