EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Marzo de 2014

Estandarizaciones

 

Nos  volvimos presos de los estándares, del imperio de las mediciones y de la apuesta frenética porque todos seamos iguales. Claro, homogeneizar es una excelente manera de control social, que ha sido utilizada desde que la humanidad se precia de serlo, y que tiende a garantizar que haya una armonía relativa en las diferentes situaciones de la vida. Pero de ahí a que estemos obligados a desarrollar las mismas competencias, cumplir los mismos retos y volvernos lo más parecidos a robots en aras de la supuesta calidad de los procesos, hay mucho trecho.    

La singularidad para muchos resulta amenazante y se castiga de muchas maneras: una “mala” nota porque el estudiante no aprendió de la misma manera y al mismo tiempo que sus compañeros; un comentario displicente porque el vestido lucido en tal gala es más largo o corto o claro u oscuro que el estándar.

La estandarización sigue pesando mucho: una cosa es tener límites claros y otra muy distinta estar obligados a seguir el patrón impuesto en cada ámbito de la existencia. La regla cae implacable sobre quien se atreve a opinar distinto o usa pantalones anchos; sobre quien no tiene un matrimonio para toda la vida y decide sanamente separarse, por su bien, el de su pareja y el de sus hijos; sobre la mujer que tiene un novio o amante 15 años más joven; sobre quien decide no casarse, seguir soltero toda la vida o construir una relación de pareja, atestiguada sólo por la Luna.

La norma pesa porque es más manejable que todo el mundo esté en el estándar. Homogeneizados, como si todos tuviésemos que tener los mismos aprendizajes vitales, de las mismas maneras. No todos tenemos que pasar por una única relación de pareja, algunos sí. No todos tenemos que cumplir con los mismos requisitos educativos o de consumo. Algunos creen que sí y, claro, están en su derecho. No todos tenemos que ser política o religiosamente correctos; finalmente, ¿quién decide qué es lo correcto? No tiene sentido que todos estemos uniformados, monocromáticos, con los pliegues y botones del mismo lado. Todos obedeciendo a la ciega o, peor aún, fingiendo obediencia y buscando puntos de fuga cuando nadie nos ve, sólo con el permiso de ser como se es en la clandestinidad. 

La cultura del estándar es la de la negación del ser únicos, irrepetibles. Nos hemos vuelto fusibles, fáciles de cambiar o remplazar por otro fusible con las mismas características deshumanizantes. Lo amoroso es ser como se es, evitando ser enmarcados en competencias o estándares; lo amoroso sería complementarnos desde las singularidades y las diferencias, construyendo armonía en disenso y consenso. ¿Difícil? Sí. Posible, si asumimos el costo de la libertad.

@edoxvargas