Eduardo Vargas Montenegro | El Nuevo Siglo
Jueves, 7 de Mayo de 2015

ESENCIA

Pasión, paz, justicia

Las  pasiones enceguecen, pero nos acabamos de darnos cuenta de ello. Seguimos pensando que la pasión es algo maravilloso, un motor de vida, sin percatarnos de que es lo que nos nubla la sensatez, nos hace sufrir y, lo peor, perpetúa el sufrimiento. La vehemencia de la pasión nos atrapa en el deseo: ahí nos enredamos, pues no siempre sabemos distinguir entre lo que queremos y lo que necesitamos. El capricho del deseo nos lleva a atropellarnos y atropellar a otros, todo en nombre de la pasión, esa que exaltamos fácilmente, que casi reverenciamos.

Pasiones hay de varios tipos: políticas, religiosas, sexuales, deportivas… Y nos apasionamos desde el instinto, la emoción o la cognición, por lo que caemos en trampas de acciones, sentimientos y pensamientos apasionados. ¿Cuántas de nuestras ideas no son fruto del amor sino del miedo? ¿Cuántas de nuestras emociones no son en realidad amorosas sino que provienen de la necesidad del reconocimiento ajeno? ¿Cuántas de nuestras acciones o inacciones están más cerca de la impulsividad insensata que del amor? Nos sucede a todos los seres humanos, en mayor o menor medida, nos demos cuenta de ello o no. Entre más apasionados estemos, más alejados viviremos de la armonía.

Muchas veces clamamos por paz y justicia. Hacerlo y promoverlo es importante; sin embargo, creo que necesitamos ir un paso más allá y reflexionar desde dónde lo hacemos, pues en ello pueden radicar resultados diferentes a los que generalmente hemos tenido o que nada cambie. Si actuamos desde las pasiones, estamos alimentando un círculo vicioso en el que habrá cada vez menos esa armonía que requerimos, pues en el enceguecimiento egoico no podemos ver todo lo que es necesario ver para actuar en integridad. El pensamiento apasionado y la palabra apasionada nos llevan a querer tener la razón, justificar lo que en la sensatez no haríamos, descalificar sin más las posturas diferentes a la nuestra. No podemos valorar plenamente antecedentes ni contextos. Terminamos por privilegiar lo subjetivo personal sobre lo objetivo común.

Para construir paz y justicia afuera es necesario primero construirlas adentro.  ¿Cómo se hace? Dándonos cuenta de nuestras pasiones, escuchando lo que no queremos oír, observando lo que no queremos ver, permitiéndonos dejar de tener la verdad revelada, relativizando nuestra perspectiva, sanando lo que aún nos hace daño, amándonos sanamente. Seremos más asertivos al comprender que cada quien recibe lo que ha construido y que nadie puede cambiar las consecuencias que otra persona ha cimentado para sí misma. Si comprendemos -en acción bella, pensamiento verdadero y emoción bondadosa- que el cambio es personal, avanzaremos generando justicia y paz de adentro hacia afuera. Solo así ellas serán sostenibles.

@edoxvargas