Hablar de los conflictos
Los conflictos son inherentes a las relaciones interpersonales, inevitables. Como somos seres humanos, y por ende imperfectos, habrá acciones propias que a los demás no les gusten y viceversa. Lo importante es hablar oportunamente de ello; del sentido de oportunidad que tengamos ante acciones o comentarios que generen roces dependerá que el conflicto no escale.
Si aplicásemos las teorías de resolución de conflictos a las relaciones interpersonales, así como lo hacemos en los negocios, la diplomacia y la defensa, aprenderíamos más los unos de los otros. Sin embargo, en muchas ocasiones la torpeza emocional y la arrogancia mental no nos dejan reconocer los aprendizajes que los conflictos nos pueden generar.
No hablar de los errores equivale a no reconocer el conflicto. Si bien las equivocaciones generan incomodidad, no es menos aburridor hablar sobre ellas, por lo cual muchas personas prefieren retirarse. Comentar las fallas resulta útil para no volver a caer en lo mismo: ahí está el aprendizaje, si se tiene la suficiente humildad para escuchar lo que el otro tiene que decir. Así, se cierra el ciclo y no queda nada pendiente, lo cual es sano si se acepta la equivocación y las recomendaciones posteriores, con corazón abierto. Pero a veces antes que asumir el error sentimos resentimiento hacia la persona que nos hace caer en la cuenta de nuestra equivocación. Aquí, en lugar de cerrar el ciclo, se abre otro.
Las relaciones interpersonales están llenas de ciclos no resueltos, de enganches perpetuados a lo largo del tiempo. Ocurre en pareja, entre padres e hijos, entre hermanos, familiares y amigos. Cuando no se habla sobre hechos que hirieron susceptibilidades, abrieron heridas o produjeron cualquier tipo de daño, se generan malentendidos; y cuando no se contrastan las diferentes versiones sobre tales hechos, se corre el riesgo de juzgar y condenar sin tomarse la molestia -que verdaderamente lo es- de verificar si se está hablando de lo mismo. Ahí se pierde la oportunidad de aprender, se desperdicia el sentido último del error, que es justamente poder ser mejores seres humanos. La arrogancia no permite reconocer al otro, lo invalida y anula. Y sigue el ciclo abierto, sin resolverse.
Es preciso tramitar los conflictos: hablar de lo que sucedió, lograr acuerdos básicos, plantear alternativas de solución y actuar en consecuencia. No necesariamente un conflicto se resuelve restableciendo la relación; también puede resultar sano separarse, pero es mejor hacerlo en forma concertada, desde el diálogo y el respeto por el otro.
Hay quienes creen que la indiferencia y el desdén son la mejor manera de resolver un problema. Siempre será mejor dialogar y permitirse mutuamente la posibilidad de aprender, sin temor a reconocer lo que hay para empezar nuevamente.