EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Septiembre de 2013

Días de lluvia

 

 

Hay días que lloran, y bastante, como la lluvia que a través de la ventana veo caer, y que me recuerda diferentes estados del alma. ¡Qué sano es llorar! Claro, no resulta sano cuando se hace por deporte, porque somos tan húmedos, tan húmedos, que ya nos acostumbramos al modo pantano. Algunas personas tienden a hacer de sus vidas humedales eternos, ancladas en la victimización y la autocompasión excesiva, sin darse cuenta de que la vida ofrece mucho más que agua. Son ellas quienes no reconocen en sí mismas todas las posibilidades que ofrece la existencia, quienes no disfrutan de los momentos de sol, porque de ese buen tiempo no dan tanto. Se las ingenian para estar en medio de chubascos, así en realidad no esté lloviendo. Esa lluvia eterna autogenerada no es recomendable, pues inunda, ahoga, mata.

Hay otras lluvias que purifican, que son una especie de exfoliantes emocionales que nos dan la posibilidad de lavar las heridas del corazón o de contactarnos con lo sublime. Esos llantos no sólo son recomendables, sino necesarios, porque nos ayudan a descongestionar el alma o a reconocer en nosotros la conmoción que puede producir una alegría. Lloramos por distintas emociones, que van desde la tristeza profunda hasta la exultación del gozo. Lloramos por una razón elemental: porque estamos vivos, y la vida se manifiesta incluso a pesar de nosotros mismos.

El llanto nos acompaña desde el primer momento de vida y tal vez antes, pues parece ser que también hay llanto en la vida intrauterina. Las lágrimas son fieles compañeras que nos abrazan en los momentos más difíciles de la existencia, si nos damos el permiso de dejarlas fluir. Llorar de dolor es como un bálsamo que nos ayuda a mitigar las penas, esas huellas de la vida que por momentos nos pueden hacer perder de vista el sentido vital, cuando las heridas son tan profundas que parecen imposibles de sanar. Lloramos por el fallecimiento de un ser querido, un abandono, una quiebra, o el dolor físico de una caída o enfermedad; cuando la vida nos ofrece eso que llamamos fracaso, pero que en el fondo no lo es tanto, sino una oportunidad más para aprender.

También podemos llorar de satisfacción y plenitud, cuando estamos tan conmovidos por la magia de la vida que brotan lágrimas de gozo: el nacimiento de un hijo, la emoción de la conexión interior, la alegría del encuentro con otro. El llanto también une y genera vida, así como la lluvia hace que la tierra sea más fértil. Agradezcamos los días de lluvia, así como nuestras lluvias interiores, que nos visitan de cuando en cuando. De tristeza o gozo, las lágrimas también pasarán. 

@edoxvargas