Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Julio de 2015

Otro lenguaje

 

El lenguaje del patriarcado hace fiel honor a la cultura de la espada: basta con imaginar lo que se ha hecho con ella desde la era del hierro: amenazar, perforar, chuzar, cortar, cercenar. Entonces las palabras que provienen desde allí no pueden hacer cosa diferente de segmentar, lo que se hace desde la agresividad, la descalificación, la mueca hiriente. Y resulta que todos somos hijos de esa cultura, pues es la que ha predominado los últimos milenios. Deshacernos de esa manera de lenguajear no es tarea nada fácil, más cuando ni siquiera nos damos cuenta desde dónde hablamos y de pronto ni nos interese cambiarla, una vez fuésemos conscientes de ella. Sólo con parar la oreja un momento a lo que se dice en la calle, la radio, o las redes sociales, lo más inmediato en nuestra cotidianidad, para percatarse de cómo hablamos.

Para la transmisión de un evento ciclísitico se utilizan términos como escaramuza, duelo, ataque; un partido de fútbol está lleno de penas máximas, muertes súbitas de unos hacia otros. Los jugadores se autodenominan guerreros, como muchas personas se identifican con esa palabra día tras día, porque ha sido exaltada desde el uso de la espada.

Es un lenguaje de guerra el que usamos cada día. No podría ser otro desde la competencia, la lucha y la predominancia del más fuerte sobre el débil; sí, los deportes nos han ayudado a tramitar los conflictos en formas menos brutales, pero el pensamiento que los sostiene se basa en lo mismo: para que yo gane, tú tienes que perder. No cabemos los dos, no es posible que utilice mi fuerza para apoyarte y protegerte, sino para derrotarte, destruirte, lo cual además me hará muy, muy feliz.

El insulto es otra huella indeleble del patriarcado, que busca disminuir psicológicamente al otro, ese que percibo diferente de mí, radicalmente opuesto: yo el bueno, tú el malo, yo más que tú, que eres menos. Nos cuesta mucho aún reconocer que hacemos parte de una totalidad, la especie humana, dentro de otra totalidad que es el planeta, al que también herimos a diario con la espada. Si reconociésemos lo que las ciencias de frontera ya nos muestran claramente, que somos totalidades, que la separación es ilusoria, nos trataríamos mejor en medio de nuestras diferencias. Sí, hacer llamados a no insultarnos no es popular, pues llevamos a cuestas eones de belicismo que se ha convertido en nuestra zona de confort. Tal vez por eso mismo sea imperativo intentar soltar el lenguaje de la guerra, para construir otras formas más sanas de relacionarnos, a partir de las cuales avancemos armónicamente como humanidad. Podríamos empezar por nuestros entornos, lenguajeando el amor, no la guerra...

@edoxvargas