En las relaciones internacionales y en la diplomacia, los gestos y los símbolos importan. Los gestos transmiten mensajes: son formas de comunicación, y así deben entenderse, por ejemplo, los rituales protocolarios. A su vez, los símbolos actúan, honrando plenamente su significado, como portadores de sentido, como representaciones -es decir, como materializaciones de una determinada idea de las cosas, tal como son o sería deseable o posible que fueran-. En la política internacional, los gestos y los símbolos juegan un papel de tal relevancia que, no pocas veces, acaban institucionalizados y adquieren, por ese camino, un valor normativo.
De ahí que la decisión de los Estados Unidos de proponer (y promover) la candidatura de uno de sus nacionales para dirigir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) resulte tan desconcertante, además de equívoca, y sea mucho más que un distanciamiento de una recurrente práctica burocrática. En efecto: desde su creación, hace 60 años, la presidencia del Banco ha sido ejercida por latinoamericanos, según un principio que, por otro lado, opera también en la distribución de las posiciones directivas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, e incluso, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Tiene toda la lógica que así sea. Si bien los Estados Unidos son el principal accionista individual del BID (30 %), los “miembros regionales en desarrollo” suman el 50 % del capital ordinario. Por otro lado, es precisamente en estos países donde el Banco lleva a cabo sus operaciones. En ese sentido, la designación de un presidente latinoamericano no es una mera condescendencia, sino que refleja la realidad tanto accionaria como operativa del BID, y, más aún, el propósito declarado en el Convenio Constitutivo de 1959.
No es cuestión de las credenciales del candidato propuesto por Washington, Mauricio Claver-Carone, actual Asesor Especial de la Casa Blanca para el hemisferio occidental. (Un funcionario, dicho sea de paso, con el cual Colombia ha tenido una interlocución permanente sobre la crisis multidimensional de Venezuela y su impacto en el país y en la región; lo cual tal vez explique el casi inmediato y sintonizado respaldo ofrecido por el Gobierno colombiano a su postulación, también apoyada, hasta ahora, por Brasil, Ecuador y Uruguay)
Se trata de una verdadera cuestión “constitucional”, sustancial y no solamente formal, que tiene además el potencial de enrarecer las relaciones interamericanas y fracturar el entendimiento, ya de por sí frágil en relación con más de un asunto, entre los Estados latinoamericanos.
Resulta comprensible la “consternación” que cinco expresidentes de la región han expresado ante el anuncio, aunque calificarlo de “agresión” al multilateralismo quizá sea una licencia retórica un poco excesiva. Habrá que ver qué curso toma el proceso, y qué suerte corren los otros nombres que se barajen para suceder a Luis Alberto Moreno. Y, sobre todo, qué impacto tiene en la gobernanza hemisférica y en la relación de Washington con el que hace tiempo ha dejado de ser su “patio trasero”.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales