El deporte como maestro | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Julio de 2021

Hace un mes hablábamos sobre el valor de la solidaridad que debe tener una sociedad haciendo referencia a la actitud deportiva de nuestros ciclistas cuando un día malo para uno de ellos puso en riesgo el trabajo de muchos meses y su gregario, también colombiano, le dio una dosis de ánimo y despertó en él espíritu de lucha. Pues bien, estas dos semanas el fútbol nos regalan muchas reflexiones sobre la verdadera humanidad, mostrándonos en las actitudes antideportivas cómo este deporte viene perdiendo sus valores intrínsecos que generan la emoción. 

A mí como hincha me duele más ver como se ha perdido la justicia y la ecuanimidad demostrada en el incumplimiento del reglamento del fútbol para favorecer a uno u otro rival, pero aún peor, cómo se permite la violencia dentro de la cancha, que no es necesariamente el juego fuerte, pero si se manifiesta en la burla del rival, los insultos, las descalificaciones y la grosería para intimidarlos sin existir ninguna sanción. No puedo creer cómo la bola le pega a un árbitro en pleno juego y favorece para meter un gol y el reglamento es claro en decir que se debe parar el juego y el árbitro en conjunto con el VAR no aplican el reglamento, o un jugador que se autodenomina “el mejor” al salir del campo insulta y agrede verbalmente a otro jugador colombiano o cómo un arquero recurre a decir palabras vulgares para desconcentrar a su rival y así favorecer a su equipo para obtener un triunfo en los penales y todo esto es permitido no solo por los árbitros, sino por los dirigentes.

Creo que a pesar de que esto pasa en el fútbol desde hace mucho tiempo, no podemos entonces quejarnos de tener muy buenos futbolistas, pero muy malos seres humanos. Esto que les cuento ha sido mi punto de reflexión esta última semana. Para mí, la humanidad es un valor que deberíamos exigir en todos los escenarios posibles en la política, en los deportes, en el sistema de salud etc. ¿Y en qué consiste entonces desarrollar esta habilidad? Pues en precisamente ver a cada individuo como ser humano, ver en el otro no solo un futbolista que va a patear un penalti o como un rival, sino como alguien que también juega bien al fútbol y que merece respeto y admiración.

Lo mismo pasa en la relación entre el médico y el paciente. Se llama el paradigma del sanador herido y consiste en que en cada médico hay una persona con carencias y necesidades, y en cada enfermo hay un maestro, por tanto, en el vínculo desarrollado entre los dos surge una relación de ayuda mutua. Me ha pasado muchas veces que al entrar en el mundo del paciente que sufre y que se está despidiendo de este mundo sin quererlo, aprendo de su valentía de afrontar la vida y la muerte, aprendo sobre dignidad, aprendo sobre el amor, la despedida y el desapego.

Por eso mi invitación de esta columna es ir más allá, a atrevernos a dar ese paso más para entrar en el mundo del otro y verlo como lo que es un ser humano con historia, con virtudes, pero también con debilidades y carencias. Pienso que el mundo necesita más de buenos seres humanos en todos los campos, futbolistas hábiles con el balón, pero respetuosos, honestos y justos; médicos sensibles, muy capacitados técnicamente pero también cálidos y afectuosos.