Desde comienzos de este año ha sido mucho el ruido que han generado, por un lado, el plan de paz para Israel y Palestina propuesto por Estados Unidos, y, por el otro, la “anexión de Cisjordania”, anunciada -y por ahora no concretada- por el Primer Ministro de Israel. Ese ruido, cuyo eco sigue resonando aún, y que aprovechan algunos para pescar en río revuelto, impide justipreciar el que quizás es uno de los datos más relevantes de la geopolítica en Medio Oriente. Un dato cuya relevancia histórica y cuyas potenciales implicaciones para el futuro de la región -y, obviamente, para el nudo gordiano israelo-palestino- exceden con mucho tanto los defectos del plan de Trump, como los cuestionamientos que suscita el envite de Netanyahu.
Ese dato no es otro que la sustancial transformación de las relaciones entre el Estado de Israel y varios países árabes, que atraviesan actualmente su mejor momento.
Al fragor de la pandemia, Israel y Emiratos Árabes no sólo anunciaron un plan de cooperación científica y tecnológica para mejorar la seguridad sanitaria en la región, al tiempo que algunas de las empresas tecnológicas líderes de ambos países suscribieron un memorando de entendimiento para impulsar programas conjuntos de investigación y desarrollo; sino que han establecido una especie de “puente aéreo” por el que han circulado insumos médicos destinados a atender a la población palestina. En lo político, resulta significativa la sintonía de los esfuerzos diplomáticos de Tel Aviv y Abu Dabi para que Hezbolá sea reconocido internacionalmente como lo que es: una organización terrorista. Y, más allá de lo anecdótico, no es nada deleznable que, en el Campeonato Mundial de Judo de 2018 celebrado en la capital emiratí, los deportistas israelíes hayan competido bajo su propia bandera y su himno se hubiera escuchado al momento de la premiación; o que Israel haya decidido participar en la Exposición Universal de Dubai el próximo año.
El encuentro árabe-israelí involucra también a Arabia Saudí, Baréin, Catar, Omán, Egipto, Jordania, algunos países del Magreb y Sudán, con una agenda diferenciada, que avanza a distintas velocidades, y de la que forman parte la preocupación por el programa nuclear iraní, la autorización para el uso del espacio aéreo, la cooperación en seguridad y en la lucha contra el yihadismo, el diálogo interreligioso, la asistencia humanitaria a los territorios palestinos, la apertura de oficinas de enlace, y, notablemente (en el caso de Baréin), el reconocimiento expreso del derecho de Israel a existir.
Sorprende que muchos líderes políticos, académicos, y formadores de opinión pasen todo esto por alto cuando se pronuncian o abordan los asuntos de Medio Oriente, incluyendo la cuestión israelo-palestina. Como si algunos de ellos prefirieran que el encuentro entre estos adversarios históricos no se produjese.
Qué más da. Los hechos son los hechos y acabarán imponiéndose al ruido, para beneficio de Israel, de las nuevas generaciones de palestinos, y de una región de importancia crucial para la estabilidad y la seguridad internacionales.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales