En medio de esta pandemia ha hecho su aparición el hambre, otro monstruo, tan aterrador como la enfermedad, o quizá peor.
La cuarentena obligatoria amenaza con el colapso de las economías y hoy el mundo enfrenta un desempleo sin precedentes en la historia reciente.
El número de desempleados en Estados Unidos sobrepasó los 30 millones de personas, un número semejante en importancia al del desempleo causado por la Gran Depresión del final de la segunda década y comienzos de la tercera del Siglo XX.
En 1933, en medio de la Gran Crisis, unos 15 millones de estadounidenses habían perdido sus empleos, (24. 9 por ciento de la población en capacidad de trabajar). Además, la mitad de los bancos habían colapsado y la perspectiva de una rápida recuperación económica, era dudosa. El hambre se había tomado el país. El número de desempleados haciendo fila de pie para recibir algo de las llamadas “cocinas de sopa”, generalmente una sopa y un pedazo de pan, eran enorme.
Hoy ese hambre ha regresado y, de igual manera, han regresado las larguísimas filas de desempleados solicitando comida para llevar a su casa y así poder alimentar a sus familias. La diferencia es que ahora, las filas en estados Unidos no son a pie sino en carro y los desempleados no reciben un plato de sopa y un pan, sino cajas de comida que son depositadas por voluntarios, en el baúl de sus vehículos.
Bien distinto es lo que se está viviendo en los países en vía de desarrollo, con mucho menos riqueza para aminorar la punzada del hambre de sus gentes. La situación se parece más a aquella de 1933; es el hambre de los de a pie, los famélicos, que requieren de cualquier cosa para sobrevivir. Vemos filas de familias en India, Sur África y Brasil, mendigando cualquier cosa. Abundan en el mundo las enfurecidas manifestaciones de desempleados demandando comida a sus gobiernos, para poder sobrevivir.
La violencia comienza a mostrar sus garras de la mano del hambre. Recientemente me enteré del ataque de hombres armados contra camiones que llevaban mercados para ser distribuidos en los barrios más pobres de Bogotá. Aunque Iván Duque ha navegado esta crisis son mucho liderazgo y certeza, en Colombia los desempleados pueden sobrepasar 4 millones.
La inseguridad está aumentando y puede salirse de madre en cualquier momento. El hambre es apremiante y es un mal consejero para los violentos que siempre buscan excusas para hacer sus fechorías.
Pero, quizá lo más duro es ver cosechas, literalmente, perdiéndose en los campos. Plantíos enteros de verduras y frutas de toda clase, calabazas, espinacas, fresas, tomates, pudriéndose porque no hay quien las recoja, las empaque y transporte a los centros de distribución. Peor aún, tampoco hay quien las compre. En algunos países se está botando la leche pues los colegios, universidades y restaurantes que la compraban están cerrados. Muchos agricultores han donado sus cosechas, pero ¿cómo hacerlas llegar a los hambrientos?
Sabemos que el mundo produce suficiente comida para alimentar a su población, el problema es su recolección y distribución, hoy exacerbada por esta pandemia para la que nadie estaba preparado. Morir de hambre es hoy una aterradora posibilidad. ¿Cómo vamos a responder los que si tenemos pan? ¡El hambre tiene muchos matices!