El presidente Donald Trump declaró, desde muy temprano, cuando estaba en campaña compitiendo por ocupar la Casa Blanca, una suerte de “guerra a la migración”, por insólito que eso resulte en una nación que, a fin de cuentas, es hija de la migración y que debe buena parte de su grandeza -cultural, científica, económica- al aporte de quienes abandonaron “viejos mundos” para reinventarse y hacerse un futuro en el “valiente mundo nuevo”.
La migración contra la cual ha enfilado las armas la administración Trump es tanto la legal como la ilegal. Se trata, sin embargo, de una guerra selectiva: su objetivo son los migrantes musulmanes -recuérdese el “veto migratorio”- y los migrantes de origen hispano. A ojos de muchos analistas, más allá de la justificación en nombre de la “seguridad nacional”, hay en ella claros visos de racismo y xenofobia… El lenguaje empleado por el propio presidente así lo refleja: se trata de proteger a los buenos estadounidenses de los bad hombres procedentes de shithole countries.
Sería un error, sin embargo, creer que medidas como las que han suscitado el rechazo de la opinión pública durante la semana pasada -la separación de miles de niños de sus familias y su retención en instalaciones en las que aparentemente habrían sido incluso sometidos a tratos crueles e inhumanos- es una “novedad trumpiana”. Durante la administración de Barack Obama -celebrada por iniciativas como DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals)- fueron deportados cerca de 2,8 millones de indocumentados, la cifra más alta en toda la historia de los Estados Unidos. Esa misma administración, para gestionar la inmigración ilegal procedente de América Central, usó ampliamente los “centros de detención familiar”. Como lo señala el American Immigration Council, en estos centros “(Las familias sufrieron separaciones prolongadas e indefinidas, recibieron atención médica deficiente y las personas sufrieron angustia psicológica, como depresión, ansiedad y dificultad para dormir”. Una triste prefiguración de las imágenes que han circulado los últimos días por los medios de comunicación y las redes sociales, y que han inspirado las portadas de Time y de The New Yorker.
Lo que ha hecho la administración Trump es convertir la migración, que ya era de por sí un drama, en un verdadero infierno. Un infierno, por supuesto, que se ceba con los más débiles -expuestos a toda suerte de riesgos y peligros, sujetos a la amenaza criminal de toda suerte de organizaciones ilegales, sometidos a una travesía cuyos rigores descorazonarían a un Hércules-, y que las medidas represivas y las falsas soluciones (como el “muro” que aspira a construir Trump en la frontera con México, y que en buena medida ya existe) no hacen más que agravar.
Ninguna medida represiva es eficaz ni sirve para disuadir a quienes huyen del hambre, la necesidad, la ausencia de futuro, la humillación, el miedo y la desesperanza. El listado de 34.361 nombres de inmigrantes que han muerto en el intento de llegar a Europa, publicada el 20 de junio por el periódico inglés The Guardian, es un doloroso recordatorio de ello. Más oportuno que nunca, Richard Haass, del Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, ponía en su cuenta de Twitter, al fragor de los recientes acontecimientos: “Ninguna política de inmigración exitosa puede comenzar en la frontera. Sí, necesitamos una reforma integral, pero también necesitamos políticas comerciales y de ayuda a Centroamérica para reducir la pobreza y ayudar a los gobiernos a lidiar con la violencia para que las personas no se sientan obligadas a huir, poniendo en riesgo sus vidas”.
El enésimo reculamiento de la administración Trump, con la firma de una orden ejecutiva para poner fin a la política de separación de los niños migrantes de sus familias, no debería suscitar demasiadas esperanzas. Como lo han señalado algunos analistas, en el curso de las guerras hay también retiradas tácticas que, con frecuencia, preludian una arremetida aún más intensa. Hay razones para sospechar que este puede ser, precisamente, uno de estos casos.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales