La historia de los Romanov revela que ninguna otra dinastía llegó a parecerse tanto a los Césares de Roma. Su leyenda incluye seis zares asesinados; genios como Pedro y Catalina La Grande y locos como Iván el Terrible. Su poder sin límites en un territorio tan vasto los llevó a la terrible catástrofe de 1918 a manos de los bolcheviques.
En 1922 Lenin se inventó una estructura federal de repúblicas étnicas iguales y casi independientes. Su genialidad consistió -dice Simón Sebaq- “en conservar el imperio centralizado y autoritario de los Romanov detrás de una fachada de unión voluntaria de pueblos socialistas independientes”. O sea, que el viejo imperio se transformó en la URSS que se mantuvo con mano de hierro hasta que se disolvió en 1991 con el ascenso de Yeltsin al poder.
Recordemos que Yeltsin se había comprometido a promover una economía de mercado, a un programa de liberalización de precios, del comercio exterior y de privatizaciones; medidas que eran vistas como el mecanismo para hacer la transición del rígido esquema comunista al nuevo plan de reformas.
Con la crisis constitucional de 1993, el Congreso de los Diputados intenta separar a Yeltsin del cargo mediante un juicio político. Yeltsin enfrenta al Parlamento e impone una nueva Constitución. En medio de la agitación social y política que produjeron las políticas del gobierno y del traspaso de bienes del Estado a manos de magnates del sector privado, Yeltsin se hizo reelegir en 1996. El gobierno continuó pero la inestabilidad fue su signo distintivo hasta que a fines de 1999 Yeltsin decide renunciar a la presidencia en la que lo reemplazó en forma interina un personaje desconocido: Vladimir Putin, a quien previamente había designado Primer Ministro, luego de ocupar algunos cargos administrativos y el de Director del Servicio Federal de Seguridad y del Consejo de Seguridad Nacional que reemplazó al KGB; cargo último en el que se ganó la confianza de Yeltsin por haber contribuido a tumbar al fiscal general.
O sea que el antiguo teniente coronel del KGB en Dresde -Alemania Oriental-, asciende al poder en Rusia sin ninguna experiencia distinta a la mencionada. No exhibía una trayectoria de servicios al viejo partido comunista y tampoco a la antigua URSS. Sus mayores credenciales era conocer las intimidades del fenómeno de la corrupción rusa, por lo que se hizo temer, y los temas de seguridad nacional; estaba haciendo la guerra en Chechenia.
Vladimir Putin aparece en el 2000 como el gran redentor de una nación en otro tiempo grande y como el intérprete de sus contradicciones. Por ello busca “devolver el honor y la dignidad perdidos”, y para tal efecto se vende como un creyente religioso, como un patriota que expresa orgullo por su educación soviética y por su carrera en el KGB.
Hoy Putin acumula tres periodos presidenciales y toda su aspiración es devolverle a Rusia el papel de superpotencia; ha encontrado en la inteligencia tecnológica, en la que es experto, su mejor manera de influir en los procesos políticos del mundo.