“Acudir al encuentro con personajes de la historia”
El calor era insoportable aquella mañana de julio en Çanakkale. El sol castigaba nuestra impertinente curiosidad de turistas con rayos despiadados que se lanzaban en picada sobre las cabezas calientes de todos. Bajo su cielo sin nubes, las ruinas de la antigua ciudad de Troya se aferraban a la inmortalidad mientras los susurros que viajaban por el aire acarreaban consigo la leyenda del gigantesco caballo de madera. Una cosa era leer a Homero en el balcón de mi casa en Bucaramanga y otra muy diferente era estar allí parado, pisando el mismo suelo por el que tal vez se arrastraron las sandalias de Héctor, sentado en una piedra donde quizás se sentó Aquiles, adentrándome en los vestigios de alguna residencia donde probablemente París encerró a Helena durante su cautiverio. Aquello era más que leer el libro, era formar parte de él.
Desde aquella excursión a Troya entendí que podía unir dos de mis grandes aficiones y que el resultado sería una experiencia literaria maravillosa. Así, sin darme cuenta, a mi regreso a Estambul ya vagaba por sus calles buscando los lugares a los que Orhan Pamuk (Nobel de Literatura 2006) hace referencia en su obra “El Museo de la Inocencia”, hasta que tropecé con el auténtico museo que el escritor levantó en la vida real para honrar el amor ficticio de sus propios personajes. Mi aventura habría sido completa de haber logrado dar con la ubicación exacta del misterioso Edificio Pamuk, donde el escritor creció y del cual varias fotografías acompañan su libro “Estambul, Ciudad y Recuerdos”. Pasé tardes completas preguntando a extraños en un turco incipiente por aquel lugar, pero la ciudad había cambiado tanto en tan poco tiempo que nadie pudo darme pistas sobre él.
Años después, ahí estaba, en Riverside Drive con la 119 Street, sentado apreciando el conjunto de edificios de corte francés en los que Paul Auster había instalado la residencia de su homónimo detective en la reconocida obra “Ciudad de Cristal”. Convertí las referencias de aquel texto en un mapa con el que habría de caminar todo Nueva York persiguiendo el rastro de su personaje, Daniel Quinn, con la esperanza de no terminar inmerso en su propia locura. La terminal Grand Central, el hotel The Algonquin, una cafetería en la 98 con Amsterdam y hasta un largo trayecto detalladamente descrito por el que Quinn atraviesa medio Manhattan para espiar los movimientos sospechosos de Peter Stillman, fueron las direcciones que Paul Auster escondió entre sus letras y que minuciosamente decidí visitar.
¿Qué sigue? Bueno, la lista es larga, pero el puente Mehmed Paša Sokolović, ubicado en la ciudad bosnia de Višegrad y que protagoniza “Un Puente Sobre el Drina” de Ivo Andrić (Nobel de Literatura 1961), se ha convertido inesperadamente en una latente prioridad, pues desde aquella remota mañana soleada en Troya entendí que los lugares elegidos por los escritores, más que azarosos esfuerzos por conseguir una escenografía barata, son personajes silenciosos en el trasfondo de sus narraciones con una interesante historia por contar que solo podremos escuchar acudiendo a su encuentro.