Las noticias no pudieron ser más contrastantes: mientras el Dane anunciaba que al cierre del 2019 (es decir, antes de que comenzara la pandemia) el índice de pobreza multifactorial había descendido en Colombia 1,6 puntos porcentuales, pasando de 19,1% en 2018 a 17,5% al cierre del año pasado, lo que permitió que 615.000 compatriotas salieran de las garras de la pobreza, Fedesarrollo divulgaba desazonadoras proyecciones sobre dónde estarán las cifras de pobreza al terminar el 2020, el primer año de la pandemia.
En efecto, según Fedesarrollo, una de las más graves consecuencias del coronavirus -acaso la peor- es que la pandemia disparará los indicadores de pobreza. El llamado índice de pobreza monetaria retrocederá 10 años, pasando de 26,9% al cierre del 2018 al 37,9% en 2020. Y para el caso de la denominada “pobreza extrema” el retroceso será aún mayor: echaremos atrás casi 16 años, pues el índice de pobreza extrema- que está muy cerca de lo que se conoce como indigencia- prácticamente se duplicará con la crisis del coronavirus. Pasando del 7.4% antes de la crisis casi al doble al cierre del 2020.
El Dane divulgó también algunos hallazgos no menos preocupantes para Bogotá: la pobreza multidimensional para la capital pasó del 4,1% al 7,1% entre 2018 y 2019 (o sea, antes de que comenzara la pandemia); lo que significa que este proceso de empobrecimiento social bogotano se va a acentuar aún más en el 2020.
La FAO por su parte estima que la pandemia deja a 2,8 millones de la población colombiana en condición de extrema vulnerabilidad, por la recaída de la pobreza, a las puertas de la inseguridad alimentaria.
Hemos comenzado pues una especie de peligrosa contradanza social: vamos vertiginosamente para atrás. Esta será acaso la más dura consecuencia que nos deja la crisis del coronavirus. No solo será la caída estrepitosa del PIB en el 2020 sino la pauperización de grandes segmentos de la población.
Aunque esto ya se presentía, los recientes pronósticos de entidades creíbles como las citadas dibujan el rostro de tragedia humanitaria que dejará la grave calamidad del coronavirus.
De allí que todos los esfuerzos, toda la imaginación, las mejores voluntades de país, el diseño de las nuevas políticas que tendrán que ponerse en marcha, el tipo de gasto público que se implemente, y, en fin, los consensos políticos que se construyan, deben tener todos una meta preeminente: recuperar para Colombia mejores índices en la lucha contra pobreza. Hacia los cuales estábamos caminando antes de la pandemia, pero que nos ha arrebatado despiadadamente la crisis del coronavirus.
No bastará con recuperar, como se espera, un buen ritmo de crecimiento económico a partir del 2021. No bastará el anhelado “rebote” del PIB. Esto es necesario por supuesto. Pero no será suficiente. Las políticas públicas que se pongan en marcha a partir del 2021 deberán tener como objetivo explícito recuperar el tiempo perdido en términos de mejores indicadores de pobreza. Ojalá el presupuesto nacional para la vigencia 2021 que debe llegar al congreso para su estudio la semana entrante tome nota de esto.
Hasta ahora, recordémoslo bien, sólo se han tomado medidas de “primeros auxilios”: transferencias monetarias no condicionadas, devolución del IVA, giros de urgencia al sistema de salud para que no colapse, garantías a los créditos que obtengan del sistema financiero las empresas para ayudar a mantener el oxígeno de su situación de caja, subsidios para el sector empresarial que acredite haber tenido caídas en su facturación mayores al 20% en el último año a fin de salvaguardar el empleo, apoyos para el pago de primas, repartición de mercados a los sectores más desvalidos, alivios transitorios en el pago de algunos servicios públicos y diferimiento en la cancelación de ciertos impuestos nacionales o locales, entre otros.
Pero todas estas ayudas han sido de corto plazo (la mayoría de ellas tienen vigencia por tres o cuatro meses), son asistencialistas, y la situación fiscal no permite darles una aplicación indefinida.
Por eso, la nueva oleada de medidas tiene que ser de carácter estructural. No puede ser de naturaleza asistencialista. El paciente ha sido recogido en la camilla de los “primeros auxilios” y va camino al hospital. Allá comenzará la gran tarea de rehabilitarlo: para recuperar el crecimiento, el empleo y los índices de pobreza que nos deja la pandemia.