Desde hace 4 años el mapa de los riesgos globales pinta cada vez más verde. Los riegos ambientales han venido ganando relevancia y generando cada vez más preocupación, no sólo en términos de probabilidad sino en cuanto a la gravedad, profundidad e impacto de su eventual (¿inminente?) ocurrencia. El último Reporte de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial subraya, en ese sentido, la necesidad de abordar con urgencia el desafío que plantean cuestiones como el clima extremo, la insuficiencia en la adaptación al cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, los desastres naturales, y los daños ambientales antropogénicos.
Aunque los riesgos globales conciernen a toda la humanidad -y, a la larga, nadie saldrá ileso de ellos-, no todos los Estados los experimentan con igual sensibilidad y vulnerabilidad. Algunos están en verdadero riesgo existencial ante fenómenos como el aumento del nivel de los océanos, y podrían acabar corriendo la suerte de la Atlántida, extinguiéndose, literalmente, por sustracción de materia. Tal es el caso de los pequeños Estados insulares, especialmente, de los microestados del océano Pacífico, que hace años vienen reclamando la atención (y la acción) de la llamada “comunidad internacional”, la cual, hasta ahora, ha sido relativamente impermeable a sus inquietudes. Algo que no sorprende, por lo demás, teniendo en cuenta la precaria respuesta que se ha dado al cambio climático -lo que, en sí mismo, constituye otro riesgo global-.
La alarma de estas naciones está más que justificada. Al ritmo actual, Kiribati -un Estado archipelágico disperso en un área equivalente a la de India, pero que apenas sobresale 2 metros sobre el nivel del mar- podría llegar a desaparecer en lo que queda del siglo. Acuciado por las circunstancias, Kiribati ha empezado a adoptar diversas medidas, como la construcción de diques, la implementación de una peculiar política migratoria, e, incluso, la adquisición de tierras en otros lugares, con miras a garantizar su seguridad alimentaria o -en el peor de los casos- disponer de un espacio para un potencial reasentamiento.
Más recientemente ha anunciado que, con el apoyo de China, su “nuevo mejor amigo”, espera “elevar” las islas, sin descartar la construcción de otras artificiales. Una ambiciosa estrategia en su obligada lucha por la supervivencia, contra el cambio climático y las aguas del océano.
La apuesta es grande y no puede ser distinto, pues no es mucho, sino todo, lo que está en juego. No sólo para el archipiélago. También en términos geopolíticos globales; pues, evidentemente, los socios internacionales que consiga no invertirán en su rescate por puro altruismo. La creciente competencia y rivalidad entre potencias puede ofrecer una oportunidad para Kiribati. Pero también abrir, en ese lugar del mundo, otra caja de Pandora.
Entre tanto, ¿Qué está pensando hacer Colombia, que en modo alguno es ajena a estos desafíos? ¿Cómo preservará la integridad, por ejemplo, de Quitasueño y otras formaciones, que son de interés vital para el país y sus derechos en el mar Caribe?
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales