Elogio de la novela larga | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Enero de 2024

Aquellos afortunados poseedores del don de la oportunidad que hace ya casi una década hayan tenido la suerte de hacerse con una copia de “¡Boom!” de Mo Yan, Nobel de Literatura 2012, cuando esta comenzó a distribuirse en Colombia, se habrán encontrado por sorpresa con un fascinante prólogo titulado “Defender el Honor de la Novela”. Un poderoso texto introductorio que, al igual que los bonus tracks de los cedés de antaño, constituye un detalle de fina coquetería del autor a sus lectores más entregados. Un sencillo abrebocas de intenciones revolucionarias con el que Mo Yan buscó dar un espaldarazo a uno de los más erosionados pilares de la literatura moderna: las novelas largas.

Ya desde entonces, Mo Yan anticipaba y tomaba partido en una de las mayores crisis a las que se enfrentaría la industria editorial, y que sólo habría de profundizarse tras la pandemia, esto es, los problemas de atención y la capacidad de concentración de los lectores. Una condición que damnificaría principalmente a los textos de paginación generosa, pues en la era del ansia en que vivimos, donde el scroll infinito impera y el swipe como reflejo involuntario prevalece, imprimir un libro de grandes dimensiones volumétricas parece hoy en día poco más que un acto de subversión cultural con visos de riesgosa apuesta financiera.

Mo Yan es contundente en sus postulados, pues para él, aunque hay destacables historias cortas, sólo las novelas largas son capaces de alcanzar lo que él denomina la “magnificencia del corazón” o, lo que es lo mismo, la capacidad de crear majestuosos universos literarios tan vastos e imponentes como la Gran Muralla o el Río Yangtsé. Una cuestión que no sólo trata sobre la extensión sino primordialmente sobre la densidad de las ideas que impregnan de calidad al relato, la colisión de líneas de pensamiento divergentes que dan lugar a múltiples interpretaciones y, más importante aún, malinterpretaciones discrepantes entre los lectores, siendo allí justamente donde reside la naturaleza extraordinaria de un texto.

Pero más allá de sus manifiestos rebeldes, Mo Yan predica con el ejemplo, pues el grueso de su bibliografía supera con creces el tamaño medio de los best-seller actuales. Sólo basta con calibrar las 840 páginas de “Grandes Pechos, Amplias Caderas” con las que puso en valor el combativo rol de la mujer china sometida bajo el peso eminentemente masculino de su sociedad; las 800 páginas con las que retrató el naufragio de la última gran dinastía de la China imperial en “El Suplicio del Aroma de Sándalo”; o el psicodélico viaje a través del horóscopo chino con 768 páginas de reencarnaciones animales en “La Vida y la Muerte Me Están Desgastando” (mi libro favorito de 2020), por nombrar algunos.

Así pues, Mo Yan les pide a las editoriales que sean valientes, permitan a las novelas largas elegir a sus lectores y no se dejen llevar por la moda sacrificando su honor por satisfacer las tendencias fútiles de los tiempos trémulos que atravesamos ya que, como dice en su propio prólogo, “la extensión no es una traba para los buenos lectores”.

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