No por pocas razones, y la mayoría de las veces con motivos bastantes fundados, a la expresión best-seller se le ha mirado con suspicacia en el mundo editorial. Y es que es una verdad tan irrefutable como la gravedad que el volumen de ventas de un libro no necesariamente guarda una relación directamente proporcional con la calidad del mismo. Triste es ver que muchas joyas literarias libran auténticas batallas comerciales por conseguir siquiera cubrir sus propios costos de impresión mientras títulos sensacionalistas con el éxito asegurado se escriben con tal apremio y se editan de forma tan descuidada que cuando inundan las estanterías dan la impresión de ser borradores avanzados y no ediciones finales.
Sin embargo, todos los libros que son bautizados con este término, tanto los buenos como los otros, comparten una virtud tan intrínsecamente unida a ellos que simplemente no podemos despojarles de ella: son la gasolina que alimenta las librerías, pues claramente ninguna sobreviviría dedicándose en exclusiva a los clásicos universales o los ganadores del Premio Nobel. Son entonces los best-sellers aquel placer culposo que permite a los demás textos de menor circulación sobrevivir el tiempo suficiente para rotar a su ritmo y, por ello, los volúmenes sobre autoayuda, nutrición o youtubers que año tras año se colocan en los primeros puestos de los listados de ventas, son esenciales para que los engranajes editoriales de nuestro país sigan girando.
Y si de listados de ventas hablamos, no podemos dejar de mencionar la compilación suprema por excelencia: el ranking de best-sellers del New York Times, pues una rápida visita a su escalafón de la semana pasada nos deja algunas preguntas muy interesantes en el aire. Por ejemplo, si la cosa va de vender, ¿cómo es posible que los libros de autores como Brad Thor y Daniel Silva, que lideran el podio y son conocidos por sus más de 40 thrillers de espías, no se encuentren en ninguna librería de Colombia, a pesar de llevar años siendo traducidos al español? o ¿cómo puede ser que la única forma de hacerse con “La Chica Salvaje” de Delia Owens, la novela más leída en Estados Unidos en 2019 y que, actualmente, mantiene una impresionante racha de 140 semanas entre lo más vendido, sea importándola desde España a precios estratosféricos si desde octubre está disponible en nuestro idioma?
Aun cuando no podemos ignorar la total autonomía que tienen las editoriales para decidir el material que quieren poner a disposición del público colombiano a través de las librerías, quienes en últimas también son tan víctimas como los consumidores de estas elecciones de catálogo, no podemos dejar de sentir una cierta perplejidad por la forma como pareciera desconocerse la fuerza de distintos fenómenos culturales que a nivel internacional están reventando las cajas registradoras de Amazon y otros gigantes de la industria. Tal vez, experimentar con curtidos autores internacionales de best-sellers, aunque al principio sean extraños para el lector local, podría ser una estrategia muy interesante para darle algo de oxígeno a tantas librerías que, hoy más que nunca, lo necesitan.