En el cuarto de al lado | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Junio de 2020

Buena parte de lo que se sabe sobre la historia, y especialmente sobre la historia política, ha llegado a saberse por cuenta de las memorias de sus protagonistas.  Difícilmente resisten los poderosos cualquier tentación -dicen que el poder tiene un carácter casi “demoniaco”-, y mucho menos, a la de contar su historia como si fuese la Historia. 

El resultado de esos ejercicios retrospectivos -que el buen historiador escudriña con tanta fruición como cautela- es una narración en la que abundan por igual el trigo y la paja. Un relato en el cual se amalgaman los recuerdos verosímiles, los testimonios fidedignos, las justificaciones retroactivas, las auto exculpaciones, los resentimientos fermentados, los inventarios ajustados y los afectos selectivos.  Rara vez, eso sí, se encuentra por ahí un acto de contrición o un propósito de enmienda.

Tal vez por eso, el de las memorias constituye un género literario tan versátil.  Todo libro de memorias -y especialmente las que escriben o encargan los líderes políticos- es al mismo tiempo crónica y reportaje, entrevista y retrato, fábula y drama, ensayo y novela.  Novela histórica y psicológica, en primer lugar.  Novela de costumbre, y, también, novela negra.

Pero las memorias no son literatura, por mucha ficción que contengan, aunque en algunos casos, sería deseable que así fuera.

Sería deseable que el Donald Trump que pinta en sus memorias el ex asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos, John Bolton, fuese una malévola y procaz caricatura. Pero no es así. Ahí está, en “La habitación donde todo ocurrió”, con su descarado narcisismo, su superlativa ignorancia, su veleidoso carácter, su ambición incontinente.  Ahí está, en la habitación donde todo ocurrió, hipotecando los intereses de su nación, los ideales que le dieron fundamento, con quién sea y como sea -con Kim Jong Un, con Putin, con Xi Jinping, con Erdoğan o los saudíes- para asegurar la prevalencia de los suyos propios.

Sería deseable que el proceso burocrático en la Casa Blanca que describe Bolton fuese una broma.  Pero no es así.  Ahí está, en la habitación donde todo ocurrió, donde se gobierna el país más poderoso de la tierra, disfuncional, desordenado, caótico y errático.

Sería deseable que allí, en la habitación donde todo ocurrió, muchos más -el propio Bolton incluido- hubieran dicho “¡no!”.  Pero no fue así, y aquellos pocos que osaron cuestionar al corifeo salieron al son de cajas destempladas.

Sería deseable que Bolton, que estuvo siempre en el cuarto de al lado, a unos pasos no más de la habitación donde todo ocurrió, hubiese contado lo que cuenta ahora cuando era oportuno y preciso que lo hiciera.  Pero no ha sido así, porque ha preferido a ello el pingüe beneficio de las regalías, y tararear la marcha de la locura, mientras le convenía, en lugar de desvelarla.

Sería deseable que se pudieran leer sus memorias como se lee un sainete.  Pero no es así. Y allí, donde todo ocurrió, siguen ocurriendo cosas.