Con ocasión de los recientes viajes del actual Papa, Francisco, es oportuno recordar la historia de los viajes papales desde el inicio de la Iglesia. “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Marc. 16-15), “y, he aquí, que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20). Esas fueron las palabra de despedida y la orden de avance de Jesucristo a sus discípulos. Acontece esto en Jerusalén, ciudad sagrada para el pueblo Israelita, en donde fue inmolado Jesús, en la cruz, con subsiguiente resurrección y consolidación de su Iglesia sobre la roca de su discípulo Pedro (Jn. 21,15-23), en donde estaban congregados los doce Apóstoles cuando descendió el Espíritu Santo, que los fortaleció para iniciar, allí, la difusión del Evangelio.
Predicaron algún tiempo Pedro y los demás Apóstoles en Jerusalén, debiendo afrontar, con valentía a los dirigentes del pueblo Judío que los querían acallar (Hechos 4). Allí surgieron las primeras comunidades cristianas (Hech. 2,42-46 y 4, 32-35), extendiéndose el Evangelio a otras regiones como Samaria por cristianos perseguidos, llevándoles Pedro y Juan la confirmación en la fe (Hech. 8, 1 y 14-17), y entregando el divino mensaje a personas no judías por llamado celeste (Hecho 10).
Llegó después el Evangelio por los demás Apóstoles y el converso Pablo a distintas regiones de Asia, discutiendo entre ellos, hacia el año 51, lo esencial de predicar y exigir a los cristianos de origen judío y de la gentilidad (Hechos 15). De la llegada del mensaje de Jesús a Roma, principal ciudad del Occidente, tenemos solamente con dato escriturístico el arribo allí de S. Pablo (Hech. 28,16), sin directa alusión de la permanencia, allí, del primer Papa, S. Pedro, en esa ciudad, pero sí referencia de los Hechos de su llegada a “otro lugar” (Hech. 12,13), que pudo ser Roma, hacia el año 42, habiendo realizado allí los primeros bautismos, hospedado en la casa de Aquila y Priscila. De allí, en el año 47, ante la orden del Emperador Claudio de que salieran de allí todos los judíos (Hech. 18,2), debió S. Pedro salir de Roma a Antioquia. Es la época de su residencia en esa ciudad, en casa de sus mismos hospedadores en Roma. Sería el primer viaje papal fuera de Roma. En esta nueva época presidio S. Pedro el Concilio de Jerusalén (Hechos 15), con posterior discusión con S. Pablo (Gal. 2,11-), con retorno a Roma solamente en el año 63. Prosigue allí, S. Pedro, su labor, hasta su martirio en el año 67, en los mismos días del martirio de S. Pablo.
Salidas de los Papas fuera de Roma fueron en los primeros siglos por destierro, siendo el primero S. Ponciano, a Cerdeña, con el antipapa Hipólito, muriendo los dos reconciliados (235), y ambos venerados como Santos. Este sería el segundo viaje papal fuera de la Ciudad Eterna. Varios otros Papas fueron desterrados a partir de S. Cornelio (251-252), así como S. Liberio, deportado a Berea (Francia), por Constancio, hijo de Constantino, de donde regresó (352-365). También S. Martín I, desterrado por el Emperador de Bizancio a Quersoneso Táurico, en donde murió de hambre y frío (655).
Otras ausencias de Roma posteriores, la de Gregorio VII, refugiado en Salerno (1083), en donde murió (1085), e Inocencio III (1130-1143), quien dos veces se ausento de Roma. Notable, también, la ausencia de los Papas en Aviñón, desde el Papa de origen francés Clemente V (1308), hasta Martín V (1417-1431), quien se instaló en Roma en 1420. Fueron 112 años. Nueva ausencia de Roma la del Papa Pío II (1458-1459), quien emprendió viaje a Tierra Santa, en cruzada por reconquistar los Santo Lugares, pero murió en Ancona (1459), antes de embarcarse. Fue después de 339 años, cuando otro Papa, Pio VI, debió salir de Roma por los coletazos de la Revolución Francesa (1798), y murió al año siguiente en Francia. (Continuará)
*Obispo Emérito de Garzón
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