Tanto el doctor Rodrigo Uprimny como quien escribe estas líneas hemos sido insultados y ofendidos en las redes sociales por haber expuesto, en nuestras columnas, puntos de vista divergentes en torno a la mayoría que se requería para aprobar la conciliación respecto al proyecto de acto legislativo que estableció dieciséis nuevas circunscripciones especiales. Los dos hemos obrado con el debido respeto y hemos usado argumentos, cada uno desde su perspectiva jurídica. Ello corresponde a una función de los académicos y estudiosos del Derecho Constitucional, máxime cuando se trata, ni más ni menos, del futuro constitucional de la República. En la misma forma, juristas respetables como Jaime Castro, Jaime Arrubla o Juan Manuel Charry han expuesto públicamente sus propias opiniones sobre el mismo tema.
Pero está visto que, en razón de la polarización existente, en las redes sociales todo se desfigura, primordialmente por ignorancia de muchos de quienes en ellas intervienen. Y, a falta de conocimientos o de argumentos, se asumen las posiciones con un concepto puramente emocional -no intelectual-, y se acude a la falta del más elemental respeto que debería imperar en el uso de los importantes instrumentos de opinión que hoy nos brinda la tecnología.
En mi caso, he resuelto consignar mis opiniones de orden jurídico en esta columna y en los programas que conduzco en “La Voz del Derecho” y en otros medios electrónicos e impresos, así como en mis libros, y me abstendré de participar en toda suerte de discusiones en las redes sociales, porque, por una parte, pienso que no vale la pena -dadas las condiciones de irrespeto e irresponsabilidad en que allí actúan muchos, de distintas tendencias-, y por otra porque asuntos tan delicados como aquel al que hago referencia no pueden ser tramitados en el nivel de la expresión vulgar, de las amenazas y de los improperios.
Me parece que esa abstención, sin perjuicio de que en las redes circulen mis escritos, es una forma de enaltecer los grandes debates nacionales y constituye un aporte a la sociedad, para que paulatinamente quienes no lo han hecho tomen conciencia de que, con conductas tan bajas como las que menciono, es imposible debatir, y además, con la ordinariez y el maltrato se prostituyen valiosos instrumentos de comunicación.
Así que, en adelante, me limitaré a remitir el texto de mis columnas y escritos, sin entrar en controversias inútiles, que no hacen sino desgastar y rebajar el nivel de discusiones que merecen un más alto y digno trato.
Lo que cabría solicitar a quienes administran las redes sociales sería que piensen en una exigencia elemental a quienes se matriculen en ellas: identificarse. No escudarse en apodos, alias o seudónimos que permiten ofender a las personas de manera impune. Que todos, y no solamente algunos, demos la cara y respondamos por lo que decimos y escribimos.
Desde luego, nadie pide que haya unanimidad en los conceptos. Por el contrario. Si por algo he luchado desde la época de estudiante, a nivel profesional y también como magistrado, comunicador y catedrático, ha sido por la plena libertad de expresión. Y me gusta debatir, pero con altura.
Bienvenidos conceptos contrarios a los míos, y en tal sentido me complace que se discrepe, como lo ha hecho Uprimny -aunque sigo pensando que, en el punto que menciono, está equivocado-, pero el caso no era para que a él lo ofendieran quienes comparten mis conceptos, ni tampoco para que me insultaran quienes están de acuerdo con él.