Hemos señalado, en columna anterior, sobre “Fe y devoción”, como cualidades necesarias pero que sean verdaderas, y, cómo la Fe, y para que tenga poder transformador, al estilo de lo soñado obtener con la “piedra filosofal”. Son un sabio conjunto de cualidades que ha de tener la oración para que sea eficaz. Se ha enseñado que ha de ser “con fe, confianza y perseverancia”, agregándose, que ha de hacerse “en nombre de Jesucristo”.
Continuando en este flagelo que ha golpeado a la humanidad, el “coronavirus”, de tanto poder destructor, la mayor parte de la humanidad siente la necesidad de orar ante Dios, pidiendo protección, y que cese. En tales circunstancias no sobra insistir en cómo se hace la oración, para que tenga eficacia.
Se insiste, en primer término, que se haga con fe, lo cual es reclamado aún solo psicológicamente, porque la duda desvanece su eficacia. Una mujer enferma, en cierta manera le arranca a Jesús, el milagro de su curación, con solo tocar su manto, sin decir Él palabra alguna. Pero advierte: “alguien me ha tocado”, y, con solo esto haya sentido que una fuerza había salido de Él. Al acercarse la mujer curada, Jesús le dice: “hija, tu fe te ha salvado; vete en paz” (Marc. 5,34). He ahí una poderosa fe que, según el Maestro “transforma las montañas”, pues “nada le será imposible” a quien la tiene (Mt. 17,20).
La plena “confianza”, es fruto de aquella fe, algo que aparece en el relato anterior, y, sin la cual se repetiría lo que advirtió Jesús suceder, en cierto lugar, en donde, a pesar de su poder divino, “no pudo hacer milagros” (Marc. 6,5).”¿Por qué tenéis miedo?”, dijo a los discípulos en medio de fuerte tempestad (Mt. 8,28).
Complementando las condiciones para eficacia de la oración está la “perseverancia”, Él sabe nuestras necesidades, pero hace sentir su exigencia de perseverancia en las súplicas para conceder sus gracias. Jesús puso en su modelo de oración al Padre culminarla diciendo: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt. 6,10), para que dejemos en su poder divino la concesión a nuestra súplica. Si no nos concede algo es de interpretar que es porque no nos conviene, pero concesión mejor nos dará, y no prohíbe perseverar pacientes en concreta petición, dejando todo en sus manos. Ejemplo admirable de perseverancia, y entrega en manos de Dios, es la expresión de Job ante las crecientes necesidades, después de haberlo perdido todo: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó” (Job. 1,21).
El sentir cristiano ha agregado: “en nombre de Jesucristo”. Esto es prenda de efectividad de nuestra súplica. Esa intercesión de Jesús no arrincona, ni menos prohíbe la de la Virgen María y de los santos, pues su apoyo a nuestras súplicas las hace agradables a Él. Bien lo colocado en película piadosa cuando S. Pedro pide a María Santísima, que le presentara, de nuevo, sus palabras y lágrimas, “porque, si Ella lo hacía, le iba gustar más”.
Sencillo todo lo de esta reflexión, pero útil y llena de verdad, aplicable a momentos de agudas necesidades en los que urge el formidable apoyo de la oración. No son superficiales consejos, sino algo basado en la palabra empeñada por el mismo amado Jesús.
*Obispo Emérito de Garzón
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