FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 10 de Octubre de 2012

Dolencias del ejecutivo

 

El gobierno presidencial y con mayor razón el presidencialista, independientemente de su preeminencia con respecto a las otras ramas del poder público, reclama en la encarnación del poder  una especie de magia o carisma, exigencia que, indudablemente, demanda  una personalidad arrolladora, atractiva, una imagen que seduzca y convenza sin mayores esfuerzos y que refuerce las palabras e incluso el silencio oportuno y discreto. Estas condiciones y cualidades hacen necesario un estado de salud óptimo, que irradie seguridad en los gobernados y admiración en los colaboradores inmediatos del gobernante.

Fue, tal vez, por esta en razón, advertida históricamente, que el señor Caro, ilusionado con su reelección, apadrinó la candidatura del enfermizo de don Manuel Antonio Sanclemente, para el período constitucional de 1898-1904. Seguro de que podría manipularlo fácilmente. El doctor Sanclemente contaba 84 años y una precaria salud, obviamente. Por este motivo no le fue posible tomar posesión del cargo  y lo tuvo que hacer el vicepresidente, don José Manuel Marroquín, también hombre de avanzada edad, pues para la fecha tenia 71 años. De todas maneras el 3 de noviembre de 1898 Sanclemente asumió el poder, pero sus quebrantos de salud lo obligaron a radicarse en Anapoima unas veces y otras en Villeta, hecho que sus opositores aprovecharon para anidar ambiciones en el corazón de su reemplazo quien no resistió la tentación y,  por ultimo, el 31 de julio de 1900, apoyado por la oposición y los militares,  consintió un golpe de estado incruento, aprovechando la grave situación de orden público que reinaba en el país a causa de la Guerra de los Mil días.

La crónica refiere este suceso de may variadas formas. Se llega incluso a aseverar que para distraer a la opinión pública se anunció el fallecimiento del doctor Sanclemente y un féretro vacío se paseó por las calles de Villeta mientras en su casa guardias a órdenes de los conspiradores retenían  preso al Primer Mandatario de la Nación. La Constitución de entonces solo admitía el relevo presidencial ante una incapacidad absoluta o su muerte.

El general Rafael Reyes, sucesor de Marroquín, en 1905, advertido del peligro que significaba para la institucionalidad de la Republica la figura del vicepresidente retomó la abolición de esta magistratura tal y como lo había acordado el constituyente de 1853. No obstante la experiencia y las lecciones de la historia, el constituyente de 1991 la  revivió, reforma en virtud de la cual ocupó ese cargo el seño Humberto De la Calle Lombana durante la presidencia de Ernesto Samper 1998-2002. Su desacuerdo con el presidente Samper lo determinó a renunciar al cargo, no sin antes provocar seria inestabilidad política en momentos en que la legitimidad del Gobierno se ponía en duda y potencias extranjeras capitalizaban el desorden al igual que ocurrió durante el golpe de Marroquín, una de las causas de la pérdida de Panamá.