Avanzando en fiel seguimiento de las sabias y practicas enseñanzas del Papa Francisco en la Exhortación “La Alegría del Amor”, es de escuchar su voz de Pastor al insistir al final del Cap. VI sobre “las crisis y dificultades” en el matrimonio. El camino no es negar los problemas, esconderlos o relativizarlos, pues eso solo retarda soluciones, y “una crisis no asumida perjudica la comunicación” (n. 232). Señala las cosas comunes en la convivencia matrimonial, desde el comienzo, en especial a la llegada de los hijos, en la adolescencia de ellos, y en la vejez. A ello se suman las crisis personales de diverso género, económicas, afectivas, y circunstancias inesperadas que reclaman compresión y perdón: “Saber perdonar y sentirse perdonado es una experiencia fundamental en la vida familiar” (nn. 235-236).
Advierte, el Papa, la serie de “situaciones que sobrevienen en los matrimonios”, propias de la inevitable fragilidad humana, a las cuales se otorga una carga emotiva demasiado grande, ante las cuales, algunos, con madurez, llevan a nueva y consciente elección (nn. 237-238). Ante “heridas viejas”, dice que se acentúan cuando no ha habido maduración normal o atrasada, que lleva a un “amor insaciable”, que ha quedado en la etapa adolescente. Anota que algunas personas, recuerdan relación mal vivida con sus propios padres, pues en su niñez nunca fueron amados incondicionalmente, y se da en ellas un proceso de liberación nunca enfrentado ante la cual es preciso buscar “camino de curación”, que solo se logra reconociendo la necesidad de pedir perdón consigo mismo, y con la convicción de que no se superarán las crisis esperando solo que el otro cambie (nn. 239-240).
Pasa, a partir del numeral 241, a referirse al delicado tema del “acompañamiento después de rupturas y divorcios”, reconociendo que “hay casos donde la separación es inevitable, y, a veces, puede llegar a ser moralmente necesaria”, pero advierte que “debe considerarse como un remedio extremo”. Ante este hecho, insiste en la necesidad de sustraer al cónyuge más débil, y a los hijos, de las graves heridas (n. 241). De allí viene la necesidad de acompañar pastoralmente a los separados, divorciados o abandonados, especialmente a quienes han sufrido injustamente esas circunstancias. Advierte que el perdón, en esas circunstancias, no es fácil, “pero es un camino que la gracia hace posible”, para lo cual debe ofrecerse “una pastoral de reconciliación” (n.242).
Afronta, el Papa, al final del Cap. VI el tema de la Sagrada Comunión de divorciados de un matrimonio católico, refiriéndose, en primer término, a los que no se han vuelto a casar, ni viven con otra pareja, que acuden a la Comunión como gran sustento espiritual, para los cuales no hay ningún problema, sino apoyo de la comunidad en esa no fácil situación (n. 242). Al referirse a los divorciados de ese matrimonio que viven en nueva unión, libre o han contraído matrimonio civil, precisa, el Papa, que no “no están excomulgados”, y que “siempre integran la comunión eclesial”. El trato de esos casos “exige un atento discernimiento” y acompañamiento con gran respeto como expresión de “caridad” (n.243). Para lo referente a la admisión o no a la Sagrada Comunión, hará amplia reflexión orientadora en el Cap. VIII.
Para dar la atención a aquellas personas están los Tribunales Eccos, para estudiar sobre la posible nulidad del matrimonio, servicio de la Iglesia al cual el Papa Francisco ha puesto máxima atención en procura de un más ágil trámite, pero sin negar el gran cuidado y justicia con que se ha de adelantar el juicio. Se atiende, en ellos, con amor y verdad, manteniendo la indisolubilidad matrimonial de no haber suficiente prueba de la nulidad. Para esta labor dio el Papa precisas disposiciones en el Motu Proprio ”Mitis Iudex Dominus Ieusus” el 15-08-15 (n. 244) (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón