Francisco y la “Alegría del Amor” (XIII) | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Noviembre de 2016

Habiendo presentado en forma abreviada el Cap. VIII,  con ofrecimiento de entrega más amplia a nuestros benévolos y selectos lectores, en Separata a través de este mismo diario, con el contenido seguido y completo de todo cuanto hemos destacado en todas las entregas de las enseñanzas del Papa Francisco en su Exhortación “La Alegría del Amor”, volvemos al Cap.  VII, dedicado al tema  “Fortalecer la Educación de los Hijos” (nn. 259 a 390).  Manifiesta que esta función  es inevitable en la misión de los padres, que deben cumplir de modo consciente y entusiasta (n. 229). Deben, así mismo, dedicarles tiempo a ayudarlos en procesos de maduración”, dentro de la fundamental tarea de promover libertades personales” (nn. 260 a 262). Reclama además, que se les den formación ética”, que los lleva a desarrollar hábitos positivos desde niños, con   “educación moral”, con el debido cultivo de la libertad (nn. 263 a 267).

Destaca, luego, el Papa,  el “valor de la sanción como estímulo”, que, debidamente aplicada, lleva a que se tome conciencia de que las acciones malas traen nocivas consecuencias, que los lleve al arrepentimiento y a pedir perdón  (nn. 268 a 270). Todo lo anterior, ha de adelantarse dentro de un paciente realismo que lleve a un proceso gradual en la consecución de cambios y compromisos” (nn. 271-273). Además toda la vida familiar ha de entrar en el contexto educativo”. Agrega llamado a otro aspecto importante dentro del tema de fortalecimiento de la educación de los hijos,  al pedir que haya atención en la familia, en cuanto a lo ecológico, que contribuya a conservación de “la casa común”, la tierra, y a “no dejar acabar el ambiente familiar por tecnología aislante” (nn. 271 a 279).

Culmina este gran tema dando un “sí a la educación sexual”,  que reclama sea “positiva y prudente”, “que llegue a niños y adolescentes conforme avanza la edad”.  Resalta que es urgente en una época  “en el que la sexualidad tiende a banalizarse y empobrecerse”, y que ha de darse “en el marco de una educación para el amor, para una donación mutua”  (n. 280). Clama, luego, el Papa, que esa educación sexual cuide “un sano pudor”, sin lo cual se la puede convertir “en morbosidades que desfiguran la capacidad pulcra del amor”. No puede convertirse en un solo propósito de “cuidarse” de embarazos, con solo aleccionamiento a “sexo seguro”, lo cual es mezquina y negativa actitud, al evitar la procreatividad natural que debe haber en la sexualidad. Ha de educarse, más bien, a encontrar camino en torno a las diversas expresiones de amor (nn. 282 y 283). Ha de llevar esta educación a la valoración del propio cuerpo, en feminidad y masculinidad,  algo necesario para reconocerse en su  propio valor en el encuentro con el diferente. En todos los aspectos “no podemos separar lo que son la masculinidad y la feminidad de la obra creada por Dios”. (n. 286).

Hace, el Papa,  insistente llamado al deber de los papás de transmitir la fe (nn. 287 a 290). En medio de la complejidad del mundo actual “el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y servir al prójimo”. Allí “los padres son instrumento de Dios para su maduración y desarrollo”. Advierte que una transmisición a fondo de la fe “supone que los padres vivan la experiencia real de creer en Dios, de buscarlo, de necesitarlo”. Esa transmisión debe adaptarse a cada hijo, y según  las etapas de su vida,  poniendo de presente bellos testimonios de fe. Ojalá desde la vida de los progenitores, y con  el ejemplo de oración confiada a Dios y práctica de ella en familia.

Aplicando tan aleccionadoras indicaciones, la propia familia se volverá evangelizadora hacía otras familias y comprometerá con el bien común. Así la familia será, de verdad: “Iglesia doméstica” (n. 290). (Continuará)

*Obispo Emérito de Garzón

Email: monlibardoramirez@hotmail.com