Después del modesto escrito mío en sobre conflictos o “polarizaciones” endémicas de los humanos, y luces para salir de ese tenebroso túnel, me refiero a escritos de dos connotadas personas de nuestra vida nacional cuyo contenido da infinidad de datos de interés sobre lo acontecido en ella en los últimos años. Las publicaciones “Las dos caras de la paz” y “El país que me tocó”, de Néstor H. Martínez y Enrique Santos, nos dan valiosas constataciones que iluminan la “campaña libertadora” de los últimos años para sacar a Colombia adelante con sus avances y reveces.
La primera de ellas la tuve a mis ojos cuando escribí mi estudio, con la constatación de que fue Martínez testigo presencial de muchos de los hechos de la complicada situación que afrontaron los Presidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. Hay revelaciones sobre sus aportes para conciliar a los expresidentes Uribe y Santos, con precisiones sobre el avance o no del entendimiento de ellos, que hubiese sido realmente salvífico ante ese intrincado momento para un acuerdo bien logrado con las Farc y haber llego a paz firme y duradera. No me extiendo en detalles de éste pues en mi escrito quedaron varias de esas valiosas constataciones, y los gestos generosos de uno y otro, así como sus enrocamientos que impidieron superar distanciamientos.
En forma sintética me refiero, ahora, al libro de Enrique Santos. Me cautivó la sinceridad con que Enrique se presenta a él mismo, con sus luchas internas sobre su fe buscando distanciamiento de ella, llegando a la conclusión en relación con la existencia de Dios de que no le convencen las pruebas de su existencia (a mí sí), pero que tampoco le satisfacen los argumentos contra ella (a mí tampoco).
Constaté que Enrique señala fallas en los personajes de su simpatía, pero en las síntesis de sobre ellos exalta los aspectos positivos, como en los Lleras, en Barco y en sus tíos abuelos y hermano Presidente. En relación con quienes no son de su simpatía no fue capaz de recoger algo positivo como es el caso del Presidente Misael Pastrana, de quien a su muerte dio testimonio positivo el mismo López Michelsen, que tanto lo criticó como base de lograr un “mandato claro”. No es justo ese desdén sobre Misael, ni el casi total desconocimiento de los sacrificados esfuerzos de Andrés para avanzar hacia la paz. Cuando se trata de personajes por los que tiene Enrique profundo repudió, como Laureano Gómez, no fue capaz de una sola palabra positiva sobre él no obstante tantos momentos de grandeza, reconocidos en ciertos momentos por la Nación entera, pero condenado al odio y desdén por hechos muy discutibles y exagerados que han hecho presentar de él imagen tétrica ante el País.
Los datos de Enrique sobre el “proceso de paz” de su hermano Juan Manuel, la explicación de su moderado influjo en las determinaciones, sus apreciaciones sobre las dificultades para su aplicación, las respetuosas expresiones sobre el Presidente Duque, y, en momentos, hasta sobre Uribe, me confirman en balance positivo sobre él. Sus aportes, con las debidas críticas, los estimo importantes para sacar una síntesis de la verdad que contribuya a esta actual “campaña libertadora” hacia el bien que estamos empeñados en realizar.
*Obispo Emérito de Garzón
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