El malestar por la falta de seguridad o esa sensación de inseguridad que agobia a la ciudadanía está llegando a límites insospechados, porque la delincuencia soportada en la apatía vecinal hoy acorrala al ciudadano desprevenido que fácilmente caen en manos de delincuentes dedicados a timar, asaltar, extorsionar y demás modalidades delictivas en todo el territorio patrio.
Los medios de comunicación no pasan un solo día sin publicar situaciones donde los ciudadanos son víctimas de estos grupos al margen de la ley y el clamor por seguridad es general, especialmente en las grandes ciudades, convirtiéndose Bogotá en punto de referencia por ser la capital y su población estar sobredimensionada, debido a múltiples situaciones que no es del caso analizar.
La policía y autoridades de diferente nivel hacen ingentes esfuerzos por cerrar el paso a estos bandidos, pero no es tarea fácil debido a múltiples falencias que tiene el sistema judicial, como la falta de cárceles y lugares de detención preventiva, para posteriormente judicializar estas personas sindicadas de atentar contra la vida honra y bienes de la sociedad. De manera que la problemática es de mayor envergadura de lo pensado, obligándonos a presenciar actos delictivos, totalmente desprovistos de reserva o temores por una justicia que se hace esperar o que está obligada a buscar paliativos para enfrentar la avalancha de delincuentes puestos a sus órdenes y sin lugares para aplicar los correctivos del caso; los fiscales y jueces se ven en aprietos para pronunciarse por falta de lugares de reclusión como lo venimos sosteniendo, convirtiéndose el inconveniente en un nudo gordiano sin solución a corto plazo.
Todo lo anterior es del resorte gubernamental y las autoridades tendrán que buscar respuestas prontas y efectivas, pero la ciudadanía también tiene una responsabilidad considerable de cara a la situación que se viene presentando, pues ha abandonado la responsabilidad que le caben en cuanto a la cultura de seguridad se refiere. La policía no cesa en su recomendación hacia las colectividades, invitándolas a formar un tejido social que les permita mostrarse compactas, unidas y comprometidas con la seguridad de su entorno y, por el contrario, la institución percibe diariamente una gran apatía social por estos llamados de colaboración que protegen personas, familias, cuadras, barrios y hasta localidades.
Permítanme un ejemplo: es inaudito que en un edificio de apartamentos los residentes no se identifiquen entre sí. No es posible que solo el celador medio conozca a los habitantes y, lo más sorprendente, los residentes poco saben del celador y si éste es relevado, pasan días sin enterarse los habitantes del inmueble. Esta falta de fraternidad, cercanía o socialización facilita el actuar delictivo. Mi llamado es a formar un tejido social en los lugares de residencia, estableciendo un frente amplio que disuada la delincuencia.