Violencia, un gran fracaso humano
“Nadie merece que le golpeen la cara, ni el corazón”
SÉ que estamos saturados con el tema del Bolillo. Además, confieso que exceptuando lo que escribe Florence Thomas -admirable por su dominio del idioma y por la forma que tiene de escribir y describir símbolos, denuncias y valentías- casi todas las columnas de perfil feminista me caen gordas; generalmente asumen que las mujeres somos minusválidas mentales, físicas y sociales, y así, sin querer queriendo, refuerzan un gueto sexual, excluido y excluyente, que flota y se hunde entre remolinos de autocompasión de género. Pero bueno, finalmente el tema es ineludible.
Obviamente, ni me asomo al ecosistema privado del Bolillo, porque no me incumbe.
Lo que pasa es que un día, el cascarón de su microentorno se empezó a romper, y daba igual si lo que había adentro era un tierno pollito o un dinosaurio feroz; el Bolillo se convirtió en un hombre público, y públicos se volvieron sus triunfos y sus insultos, sus goles y tragos, sus gritos y aplausos.
A ese hombre público es a quien le sacan tarjeta roja en el Congreso; es el que ha llorado en las entrevistas, convirtiendo sus lágrimas en las segundas más publicitadas después de las de Verónica Castro. Ese hombre público es el que tuvo la fuerza suficiente para golpear a una mujer, pero los bríos no le alcanzaron para escribir la carta de arrepentimiento. Según informaron los medios, todo un comité escogió las palabras, pensó el tono, el ritmo y la filigrana del texto, mientras que al Bolillo el ímpetu sólo le dio para firmar…
No nos digan que eso pertenece a su vida privada.
Así yo no comparta la dinámica de algunos imanes de la fascinación humana, el Bolillo es un referente para miles de niños, jóvenes y hombres de este país, que en medio de su afán por admirar a alguien y emocionarse con algo, ven en él, un patrón a seguir. Y por idiosincrasia o apuro, tendemos a meter en el mismo costal, héroes y boxeadores; ídolos y futbolistas; dioses de mentira y caciques de verdad.
Todo el cuadro es fatal: un país (yo incluida), hablando de un señor que cuando joven tenía que vestirse de pobre para que lo aceptaran en los planes y clanes que le gustaban; la imagen de un hombre ebrio pegándole a una mujer; una senadora que posa como reina de belleza municipal, diciendo que si a las mujeres les cascan, por algo será; la pantomima de la Federación, liderando el juego sucio, a ver si los colombianos terminamos victimizando a don Bolillo y linchando por provocadora a la mujer del bar…Todo fatal.
Ojalá de este enjambre quede algo positivo. No que el Bolillo vaya al psicólogo, ni que repasemos estadísticas sobre mujeres golpeadas. Lo rescatable será que lleguemos a comprender que la violencia física o emocional, per se, es una vergüenza y el reflejo palpable de un gran fracaso humano. No importa si somos más o menos débiles que los hombres. El tema no es de fuerza sino de dignidad, y nadie, nadie -señora Rendón- merece que le golpeen ni la cara, ni el corazón.
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