Al hijo de Putin, dictador de Rusia -como a un colega suyo de por estos lares- no se le puede creer ni lo que reza, y cualquier intento de golpe de Estado -blando o duro- hay que mirarlo con beneficio de inventario. Ellos pertenecen a la misma raza de dictadores del Coronel Hugo Chávez, que armó el teatro por allá en abril del 2002, dando rienda suelta a un tal paro cívico convocado por la Confederación de Trabajadores de Venezuela y por Fedecámaras, cuyos manifestantes se dirigieron hacia al Palacio de Miraflores, en Caracas, a pedir la cabeza del farsante quien, maliciosamente, renunció y se hizo arrestar, para dar pie a un supuesto “vacío de poder” frente a lo cual se constituyó un nuevo gobierno de facto presidido por Pedro Carmona, un bonachón líder de la entidad empresarial.
Pero la “primera línea” del coronel estaba apostada alrededor del Palacio, para protegerlo. El resultado: 19 muertos y cientos de heridos entre manifestantes y militares y militantes de la dictadura. Al final del entrampamiento, dos días después, el dictador llegó de nuevo a Miraflores en flamante helicóptero (como si viniera de Francia) para reasumir un poder que nunca perdió y para juzgar a los “vivos” que se atrevieron a deponerlo; el señor Carmona tuvo que asilarse en Colombia y aquí fue acogido por la Fundación Buen Gobierno, creada por JMS, y recuerdo haber estado en una charla del empresario en Bogotá, quien se regó en prosa contra Chávez y su gobierno, siendo fuertemente aplaudido y abrazado -sin beso- por Santos Iscariote, obviamente antes de llegar a la presidencia de la República, cuando lo elegimos siguiendo las instrucciones de Álvaro Uribe y, una vez en el trono, no dudó en abrazarse y declarar al dictador venezolano como su “nuevo mejor amigo”.
Ahora el turno es para el hijo de Putin. Su gran amigo, “parcero” y cómplice en la guerra sucia contra sus enemigos comunes, Yevgueni Prigozhin, quien con base en su agrupación paramilitar llamada Wagner -en homenaje al músico favorito de Adolf Hitler- con unos 30 mil hombres activos, con sucursales en Crimea, Siria, Libia, Sudán y Mozambique, ahora le ha dado dizque por darle al dictador un “golpe duro”, con tanquetas y todo, marchando contra su propio jefe, quien lo sacó de vender perros calientes a sentarlo a manteles en el Kremlin, primero en la cocina, luego en el comedor, lo llenó de billete cual Maduro a Alex Saab y nadie va a creer que Prigozhin vaya a “patear la lonchera”, cual perro rabioso contra el régimen, por supuesto instinto de conservación de su grupo mercenario, y al fin arreglaron por las buenas.
Algo así le pasó a nuestro Petro con “Pepe Cortisona”, quien se le insubordinó, borracho y grosero, amenazó con “defenestrarlo” y aquél, en vez de echar al muy “Saco de Plomovzky del régimen”, le renovó su embajada en Caracas.
Post-it. A Petro le va bien por Europa, visitando países cuyos mandatarios y ciudadanos no conocen la realidad política de Colombia y sí, por el contrario, tienen un marcado “ingrediente mamerto”, adobado a fuego lento por muchas ONGs ídem que están fascinadas por la llegada al poder de un presidente de sus entrañas. ¿Será posible que se quede a vivir por allá y gobierne a través de trinos, gritos y pataletas? Por lo menos no tendríamos que verle la cara tan de cerca.