¿“Is anybody there?” Diría un personaje de película estadounidense, cuando -por ejemplo- entra a un cuarto oscuro y la hoja de la puerta deja ver un haz de luz sobre un trozo de pared que no dice nada. Al siguiente paso, no sabemos qué va a pasar con el personaje. ¿Le estará esperando un malvado con un hacha de destazar pollos? ¿Una bruja barajando sus hechizos, bullendo sus bebedizos? ¿Tal vez, un niño acurrucado, muerto de susto, muerto de frío? O, simplemente, muerto. O una mujer “de película” que espera sin esperar a nadie, bajo una sábana de seda roja que en la oscuridad tiene el color de la sangre seca. O tal vez, por esas cosas del destino, a nuestro personaje, que podemos bautizar como People, le estén esperando un par de viejos cacrecos.
Cacrecos, sí, que según el Diccionario de americanismos, la palabreja hace referencia a una persona vieja con sus facultades disminuidas. La puerta se abre del todo y allí están el par de vejestorios, con todo su derecho, ni más faltaba, que este artículo no va de edadismo, aunque de pronto. La luz del pasillo alumbra parte de la habitación donde están, frente a frente, en efecto dos señores mayores. Están sentados y la luz de un farol callejero deja ver los destellos de sus cabezas. Una blanca, como un merengue venido abajo. La del otro, como una alhaja antigua bañada en oro y en franco desgaste. Nuestro personaje se queda en el umbral y se sorprende que el par de ancianos no reparen en su presencia. Están alegando, por turnos. El de las claras de huevo batidas, vacilante, expone sus argumentos, muy preparados, que al parecer entran en saco roto. El otro, altivo, vocifera sandeces que son como verdades, porque las cree y si alguien lo escuchara, le creería. Nuestro personaje, cierra la puerta con cuidado y se va por donde ha venido, y cuando toma conciencia, se da cuenta de que ha sido un mal sueño, basado en la realidad. “A true story”.
Una pesadilla, que People ha vivido despierto la noche anterior. Ha visto a un par de señores por televisión, uno de 81 y otro de 78 años, en un espectáculo que atrajo a algo más de 50 millones de personas. Llamarlo debate sería una exageración. Le calza mejor, altercado, gresca, forcejeo. Estas dos personas aspiran al cargo más influyente y poderoso del mundo, People debería hacerse algunas preguntas: En un país que se acerca a los 340 millones de habitantes, ¿no hay alguien con mejor competencia para aspirar al puesto, entre los dos partidos políticos imperantes? En un país que ostenta 377 Premios Nobel (sólo un dato, para ponerle drama al asunto), ¿habrá dos ciudadanos menos patéticos? En un país con 7 de las mejores 10 universidades del mundo, ¿no escupirá un alma mater alguien con arrestos para medírsele al reto? Política, “my friend”, me diría alguien más curtido. La gente brillante se dedica a mejores menesteres, diría la otra.
Acerca del debate, una excandidata presidencial, en un artículo del New York Times, sugería a los espectadores “tratar de ver más allá del teatro… observar cómo hablan los candidatos acerca de las personas, no sólo de las políticas”. Pues en los 90 minutos que duró el pugilato, hubo más de coliseo que de otra cosa. Curiosamente los dos se enrostraron lo mismo, que habían sido “el peor presidente de la historia de los Estados Unidos de América”. Tal vez tengan razón. Y sin remedio, habrá que elegir entre esos dos… ¡Hey! ¡American people! ¿Hay alguien ahí?