HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Diciembre de 2011

El debate de la droga

Las palabras del presidente Santos sobre la legalización de la droga no tuvieron mucho eco ni provocaron muchas reacciones. No lo hicieron porque Colombia ni va a tomar ninguna iniciativa ni cambiará para nada sus acciones al respecto.


Pero el debate sigue siendo necesario. El argumento más común es el de Santos: al acabar la prohibición, se acabará la violencia del narcotráfico. Esta idea es medio cierta: a menudo los narcos asesinan para evitar que otros los “tumben¨ o que las autoridades los detengan. Pero en casi todas partes y casi todo el tiempo, el nivel de violencia ha sido más bien bajo. Los casos como Colombia desde 1984 o México desde 2006 son excepciones debidas a causas particulares: la droga es un negocio, y las guerras perjudican los negocios.


El argumento en realidad es económico: la prohibición eleva el precio del producto, lo cual genera corrupción y financia la violencia; legalizar implica que el precio disminuya, y así se acabarían las ganancias.


Pero al bajar el precio sube el consumo -y este argumento es la base del prohibicionismo-: si legalizamos, habría una epidemia. En realidad nadie sabe qué tan cierto sería esto -y ese es el dato que falta para poder tomar decisiones responsables-.


Nadie o casi nadie dice que el consumo de drogas sea bueno. Pero unas drogas son peores que otras, y no es lo mismo una “epidemia” de heroína que una de nicotina. Lo cual nos trae al punto decisivo: como el ron, digamos, es menos malo y menos adictivo que la morfina, el primero se puede permitir pero a la segunda hay que hacerle la guerra.


La evidencia a veces es borrosa, sin embargo. Y sobre todo: no existe y no es posible establecer un límite objetivo después del cual la droga sea “demasiado” dañina o demasiado adictiva. El límite es una convención social -por eso el opio no siempre fue prohibido-, mientras que alguna vez lo fueron el chocolate, el café o el alcohol.


Visto desde la ética, sólo hay dos posiciones que resuelven con rigor “el problema de la droga”: por un lado el ascetismo que prohíbe cualquier estimulante, y por el otro lado el libertarismo que rechaza cualquier interferencia del Estado en lo que cada quien haga consigo mismo. Las convenciones de cada país se acercan más a una u otra ética, pero aún entonces siguen siendo convenciones.


La cuestión sería entonces, de mover la convención, de tolerar la marihuana -o aun la cocaína- que es el tema de Colombia. Aquí desearía uno que a la evidencia médica se le sumara el análisis de beneficios y costos de distintas estrategias, para encontrar la opción más “racional”. Pero ni así: los valores religiosos o cívicos de cada sociedad seguirán decidiendo.


Por ahora no hay nada: ni los asiáticos ni los cristianos de Occidente, que son la mayoría de la ONU, están dispuestos a aflojar más allá del tabaco y el alcohol (los árabes ni siquiera), y hasta la misma California de los hippies no hace mucho vetó la marihuana.