HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Enero de 2014

Pobre Bogotá

 

“Movilidad, inseguridad y descuido ambiental, algunos de sus problemas”

 

Bogotá  ha sido escenario de los acontecimientos más trascendentales de Colombia. Cuna de nuestra cultura, aula y foro, tribuna y templo, recinto sagrado donde sus mejores hombres ofrendaron su vida por la libertad y el progreso nacional. Saltando a la época contemporánea, Bogotá el 9 de abril de 1948 fue convertida en un puñado de cenizas. Como el Ave Fenix surgió altiva y arrogante en medio de las ruinas humeantes. Nunca fue más imperativo el compromiso histórico de reconstruir a la Ciudad señora de la patria. Todos se organizaron como un solo hombre para convertir la desgracia en un milagro redentor. Se limpiaron las calles para convertirlas en avenidas; después de recoger los cadáveres se diseñaron parques y se levantaron soberbios edificios donde imperaban los escombros.

Tanto fervor y tanta mística, duró poco. Vino la improvisación, la politiquería, la corrupción, la falta de visión y la ineptitud de una burocracia irresponsable y dañina. Si gobernar es prever, legislar, reglamentar, disciplinar, en la capital de Colombia todo se hace con el criterio del bombero, lo urgente es apagar el incendio del día y siempre se dedica el tiempo a remover obstáculos momentáneos, dejando la concepción urbanística en la mente de unos teorizantes, alejados y desconectados de los gobernantes, los funcionarios y los líderes.

En 500 años nada se ha hecho con el río Bogotá, convertido en una cloaca generadora de olores nauseabundos. El rio arrastra toda clase de desechos industriales, excrementos y mil porquerías  de origen diverso.

El espacio público nadie lo respeta. Abundan los talleres de mecánicos instalados en los andenes y las avenidas. Las plazoletas son el patio de muchos colegios privados y zona de parqueo.

La famosa avenida de los carros no tiene barandas protectoras para los peatones, ni puentes levadizos para los habitantes de estos lugares. Los accidentes, los peligros y las tragedias son incontrolables. Cuesta más hacer las cosas mal, que hacerlas bien. Nadie entiende como los ingenieros viales, olvidan los altos interese de los ciudadanos y de los vecinos, donde se construyen estas obras.

Cuando uno viaja a Europa y otros países, se emociona conociendo avenidas bellamente arborizadas, con sectores muy seguros para la ciudadanía y una poderosa organización para el mantenimiento de estos espacios. En Colombia, en ninguna ciudad, grande o pequeña existe el funcionario vigilante que cuide lo ejecutado y se preocupe por la limpieza, la seguridad  y la belleza de las zonas destinadas para la población. Más bien estos lugares se vuelven tierra de nadie  y por eso surgen los invasores, los maleantes, los atracadores.

El transporte se desarrolla en medio de la anarquía, el caos, el salvajismo y el atropello. Los muertos por toda clase de accidentes, supera a las bajas comunes y corrientes.

El aire lo han envenenado. No sólo es irrespirable, origina enfermedades, intoxicaciones y contaminaciones. Bogotá es una de las ciudades con el aire más pervertido. Y culpa de los funcionarios que poco control desarrolla en éste sentido.