La mujer desprotegida
A pesar del machismo colombiano la mujer se ha superado en forma ejemplar. En las universidades, de cada cien estudiantes 56 son mujeres. En la administración pública y en el sector privado, su honestidad y eficiencia han sido impactantes. Más del 50 por ciento de las mujeres ocupan cargos de responsabilidad, con dedicación y creatividad. En el arte, la narrativa, la poesía, la pintura, la escultura, la mujer sobresale con vigor, seguridad e idoneidad. En cuerpos colegiados de un 4 por ciento pasó al 8 por ciento.
No obstante una mácula ensombrece el panorama descrito. Me refiero al tremendo drama de la mujer campesina. En el sector rural ella es duramente maltratada en todos los ámbitos. Se la educa para la sumisión, obediencia y esclavitud. Se levanta a las cuatro o cinco de la mañana y es la última en ir a dormirse. Cumple diversos roles: cocina, cuida la huerta, atiende los niños, vive pendiente del marido, presta vigilancia a los animales caseros -gallinas, cerdos, conejos, vacas, etc.-, acompaña a los trabajadores a las sementeras.
Nuestra campesina tiene menos oportunidades de estudio y mayores riesgos de enfermedades y desnutrición. El Seguro Social no la protege. Sus frecuentes partos se llevan a cabo dentro del mayor descuido. La insistencia en la maternidad en la zona rural origina muchísimos problemas de salud y aun la muerte de los niños y sus progenitoras. La campesina provee la mayor parte de alimentos, combustibles, agua y otros elementos esenciales.
Los créditos bancarios no se le conceden a la mujer que labora una parcela. La adjudicación de tierras, préstamos o casas se hacen a nombre del marido, dejando en desamparo a la madre y los hijos. Como en el campo son comunes las uniones libres y la ley no protege a la concubina, la mujer está en franca desventaja. La sociedad extramatrimonial no tiene consecuencias económico-jurídicas concretas.
Se da más analfabetismo en la mujer que en el hombre, por tener que abandonar pronto la escuela para cooperar en los quehaceres domésticos. Su salario, cuando lo hay, es inferior al masculino.
En el campo, la mujer, si es casada, debe obediencia al esposo, si es menor de edad, tiene que acatar a los padres, y si es huérfana, obedecer a los hermanos.
En lo sexual debe ser recatada. Si el macho tiene amantes se le elogia su distorsionada virilidad. Desde temprana edad se le inculca al varón que nace para mandar, dominar y tener éxitos. La hembra debe complacer al sexo fuerte.
Multitud de hetairas son de origen campesino, pues humilladas y explotadas en la Colombia rural, deciden emigrar a los centros urbanos para engrosar los ejércitos de desocupados y maleantes.
Como se puede apreciar, falta mucho por conseguir en favor de la mujer del campo.