Durante años, las tardes de los martes y jueves siempre tenían ese toque ceremonial en la biblioteca de mi colegio. Leonardo arrastraba frente a nosotros la gigantesca pizarra magnética a cuadros con las piezas blancas y negras aferradas a ella como imanes de nevera, luego sacaba de la repisa acristalada bajo llave aquel colosal libro sagrado de más de mil páginas y lo abría con precisión en el ejercicio pretendido para la lección de aquel día. Explicado el desafío de turno (jaque mate con peón y rey, su favorito), Leonardo repartía fotocopias del volumétrico manual y en silencio junto con mi hermana pasábamos la última hora del atardecer resolviendo problemas que nos exigían mirar tres, cinco o siete jugadas adelante.
Incluso hoy, más de 20 años después, esa mole de papel llamada “Ajedrez. 5.334 Problemas, Combinaciones y Juegos” es una reliquia que no solo encapsula entre sus hojas cientos de horas de mi infancia, sino que es también uno de los últimos sobrevivientes de un género editorial casi extinto: la literatura de ajedrez. Aunque hoy en día es posible encontrar con relativa facilidad títulos para niños y principiantes sobre el tema, lo cierto es que atrás quedó la época dorada en que los grandes campeones del mundo se disfrazaban de escritores y en confabulación con las editoriales compartían su conocimiento con los amantes de esta disciplina.
Sin duda alguna, el más grande autor de la lista es el polémico Bobby Fischer, quien en 1972 logró interrumpir el monótono monopolio de campeones soviéticos tras arrebatarle la corona a Boris Spassky. Sus obras “Bobby Fischer Teaches Chess” y “My 60 Memorable Games”, publicadas durante la década de los sesenta, se erigen todavía en la actualidad como canon en las estanterías de cualquier aficionado, aun cuando encontrar sus traducciones al castellano sea una tarea herculina. El primero es un práctico manual atemporal que está a la cabeza de lo más vendido de Amazon, mientras que, el segundo, es una lectura necesaria para entender cómo piensan los grandes maestros.
A pesar de que escribir sobre lo bien que uno mismo juega es una vanidosa táctica recurrente ante la que han sucumbido otros campeones mundiales como Alexander Alekhine, Mijaíl Tal, Viswanathan Anand o José Capablanca (único hispanohablante en el Olimpo ajedrecístico), nadie ha llevado a cabo un esfuerzo recopilatorio de tales dimensiones como los cinco tomos escritos por el mítico Garry Kasparov que salieron a la venta a principios del milenio bajo el título “My Great Predecessors”. Su descomunal obra es tanto un homenaje histórico como un análisis técnico del estilo de juego de los doce campeones que le precedieron en el trono y de varios otros nombres que se convirtieron en leyendas inmortales sin haber alcanzado la corona máxima de este deporte.
Con el ajedrez perdiendo cada vez más espacio en la letra impresa, aunque ganando popularidad en aplicaciones móviles y portales de streaming, el mercado parece poner en jaque editorial a los fanáticos de este nicho y entierra el legado de los campeones que con sus plumas forjaron el juego moderno.