José Gregorio Hernández Galindo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Julio de 2015

“Entre nosotros salta cuando menos se espera”

CERTIDUMBRES E INQUIETUDES

Racismo

 

LA  televisión y las redes sociales reprodujeron el video tomado por un taxista cartagenero mientras era ofendido por una mujer con cuyo vehículo había colisionado. La dama no discutía sobre el tema de tránsito, ni acerca de la infracción o la causa del choque. Toda su intervención, a sabiendas de que estaba siendo filmada, recaía sobre el hecho de que el taxista era “negro” -como si eso fuera un delito-, y utilizó muchas veces la misma palabra, junto con adjetivos insultantes y expresiones  vulgares.

El caso, que no pasará de ser una anécdota de corta duración en los medios, es muy significativo acerca del comportamiento intolerante de muchos compatriotas y se presta para el análisis, desde la perspectiva de los Derechos Humanos. Éstos son exigibles a todo el mundo, no solamente al Estado sino también a los particulares, aunque, desde luego, las autoridades públicas tienen el deber de respetarlos y la función de hacerlos respetar.

El derecho a la igualdad -que se deriva de la dignidad de la persona, de toda persona, en razón de su esencia e independientemente de sus condiciones o características accidentales- es uno de los de mayor importancia. Ha sido consagrado por la Constitución Política y por los tratados internacionales ratificados por Colombia, y reiteradamente destacado en nutrida jurisprudencia de la Corte Constitucional.

El distinto color de la piel, o la pertenencia a una determinada raza no hace a las personas inferiores -como lo consideraban los antiguos romanos o los esclavistas españoles que ocuparon nuestras tierras tras el descubrimiento-, ni tampoco superiores -como lo proclamaba Hitler respecto a la raza aria-. No. Todos somos iguales: nacemos de la misma manera y al morir, a todos nos ocurre lo mismo.

Sería de esperar -y a veces creemos en ello- que, después de las revoluciones, de las constituciones democráticas, de los pactos internacionales, de los indudables progresos del Derecho, de las luchas y las conquistas de Gandhi, Martin Luther King y Mandela; de los numerosos libros y películas que reivindican la igualdad, de históricas sentencias proferidas por los tribunales constitucionales, existe una conciencia colectiva que rechaza toda forma de racismo, de  apartheid o de discriminación. No es así, infortunadamente, como con frecuencia se ve en las calles de las ciudades norteamericanas.

Y entre nosotros -en donde el racismo es menos intenso-, subsiste sin embargo, y salta cuando menos se espera. Muchos permanecen callados, pero tienen la ofensa racista a flor de labios por el motivo más baladí.