¿Inquietudes políticas de largo plazo?
El Gobierno actual en Colombia ha venido dando saltos cualitativos que han hecho de nuestra nación una promesa de la economía mundial y un nuevo ejemplo de madurez política en la región. Todos los indicadores y mediciones de corto y mediano plazo hablan del fenómeno de Colombia. Las proyecciones hablan, además, de que es posible pensar en un futuro y presente muy promisorio, y las cifras de empleo, equilibrio macroeconómico, estabilidad política y confianza de los inversionistas, ratifican lo anterior.
Este optimista escenario ha implicado el uso de por lo menos dos estrategias políticas consciente o inconscientemente diseñadas. De un lado la exitosa propuesta de “Unidad Nacional” que ha alineado a casi el 90 por ciento del Congreso de la República alrededor del Gobierno y que ha sido pieza muy efectiva en la aprobación de una nutrida agenda legislativa en donde caben proyectos de ley buenos, malos, regulares y dudosos. Si fuésemos a medir resultados en leyes de alto impacto aprobadas en el país, este ha sido un gobierno altamente efectivo, en donde caben propuestas muy buenas como la de disciplina fiscal o arriesgadas pero interesantes como la Ley de víctimas o muy peligrosas como la Ley anticorrupción. Esta última que explica el muy bajo nivel de ejecución presupuestal del año 2011 y que se explica en el temor de los ordenadores del gasto a tomar decisiones y ejecutar, ante el riesgo de ir a la cárcel y que terminará espantando a los buenos talentos interesados en prestar un servicio público, como ya se vislumbra.
Pero el resultado no esperado de la “Unidad Nacional” es que eliminó la oposición seria en el Congreso y está abriendo una caja de Pandora. La nueva oposición ahora está en las calles y en las expresiones populares. A cambio de un debate en el Congreso, ahora el Gobierno se enfrenta a turbas descontroladas que bloquean vías y Transmilenio, frenan la producción, cierran carreteras y amenazan en las calles. Esta situación supone un modelo Gobierno-oposición muy desequilibrado que tiende a crecer y que es muy peligroso para la estabilidad política de largo plazo, porque las turbas y masas son amorfas, poco propositivas y tremendamente escandalosas.
Esta herramienta se complementa con una excesiva contemplación y tendencia a lograr el consenso en todo. Se entiende equivocadamente que democracia es sinónimo de unanimidad. Ya sabemos que el consenso es la expresión de inactividad y construye una muy débil política pública basada en el mínimo común denominador (v.gr. la debatida Reforma a la Justicia). La verdad es que lograr consenso no siempre es deseable, pero con una masa superficial y amorfa de la sociedad es, además, peligroso.
Los riesgos de estas dos herramientas políticas del Gobierno actual son a largo plazo y generan ya inquietudes que merecen una reflexión, para por lo menos graduar una oposición seria en el Congreso, que cambie la “indignidad de la calle” por una expresión pensante, deliberante y con capacidad de debate en el Congreso de la República.