JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Septiembre de 2013

El nuevo trato al campo

 

Con  los paros campesinos vuelven los análisis en verdad oxidados sobre el agro colombiano. Vuelven las historias repetidas: que la reforma agraria que empezó a discutirse en los albores de la administración Lleras Camargo fue sepultada inmisericordemente por Misael Pastrana con los acuerdos de Chicoral. Que el expresidente Lleras Restrepo, padre del reformismo agrario, tuvo su contrapunto en posturas cavernarias de Álvaro Gómez Hurtado. Temas que sin duda sirve examinar en términos históricos.

Lo que es en verdad grave es que se diga, a estas alturas, que existe un dilema entre globalización económica y bienestar social en el sector agropecuario, como resultado de la postración de nuestros campesinos. La apertura secular de grandes economías, como las de EE.UU., Canadá, Francia o Japón, ha procedido bajo el supuesto de la protección irrenunciable a sectores clave del agro. No se trata de posiciones neoliberales o socialistas sino de verdaderos consensos patrióticos que operan en el entendido de la importancia fundamental de la agricultura.

¿Sabría ese mediocre y pedante ministro de Agricultura que fue Juan Camilo Restrepo, burócrata de escritorio ajeno a los dolores del campo y causa eficiente de cuanto ha venido ocurriendo,  que fue una administración conservadora, la de George W. Bush la que incrementó en un 74 por ciento los niveles históricos de subsidios netos de su país para llegar a 70 billones de dólares?

Desde luego que Restrepo, como otros aprendices de experto agropecuario -a quienes no les tocó, como si nos ha correspondido a miles de colombianos, ensuciarse del barro y olor de nuestra tierra desde la infancia- piensan que el fenómeno de la globalización significa escueto juego de las fuerzas cósmicas del mercado. Con olvido muy grave de que hay una reasignación sistémica de recursos, a medida que avanza la exposición creciente del país al mundo, que en Colombia no ha  sido propiciada por el Estado. Ha habido una absoluta incapacidad de animar el flujo inter-sectorial e intra-sectorial de capital humano, así como la misma modernización interna del sector, que ha determinado que en Boyacá, Nariño, Cauca (y nuestra olvidada Cundinamarca) el campesino siga funcionando como se hacía en tiempos del virrey Sámano.

Debates y opciones no pueden encerrarse en temas de tenencia ni prevalencia del sector como lo hemos conocido y padecido. Hay nuevas realidades. Por ejemplo, intento y error –la exposición al azar- fantasmas del agricultor desde hace milenios empiecen a ser controlados por nuevas técnicas denominadas agriculturas de precisión que minimizan desperdicio y residuo de pesticidas, maximizando rendimientos. Por ejemplo, agricultura vertical, cuando más del 80 por ciento de nuestra población será urbana para 2040. Por ejemplo, técnicas de acuacultura oceánica abierta (para el archipiélago de San Andrés). Por ejemplo, procedimientos nanotecnológicos que vienen revolucionando por completo la productividad, con ojos y oídos cerrados de  nuestros burócratas felizmente amodorrados en pleno siglo XVIII.

La producción global de alimentos tendrá que doblarse para 2040. Es un reto para Colombia tanto en términos de producción, cuando disponemos de tierra y mares extensos y ricos y disfrutamos de una ubicación ecuatorial, como de consumo en razón de un rápido crecimiento demográfico. Los alimentos -en esto coinciden todos los expertos- han sido baratos desde el fin de la Segunda Guerra. Y se viene un incremento sostenido en su precio relativo.

Colombia no puede seguir encerrada en las trampas, dilemas y falsas opciones de burócratas miopes. Se trata de despegar en reasignación radical de recursos y en un esfuerzo presupuestario colosal de protección al campo que haga digno al presidente Santos de emular con su role model, F. D. Roosevelt.