JUAN DIEGO BECERRA | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Noviembre de 2013

Pretensiones

 

Si hay un tema álgido en nuestro país en la actualidad es el proceso de paz que se realiza en La Habana, no sólo por la diferencia de criterios que se puede encontrar entre los colombianos, sino por la actuación del expresidente Uribe y sus seguidores -incluido el Procurador-, como cabezas de una cruzada para evitar que el proceso continúe. Y los colombianos tenemos que asimilar la información que nos brindan, como si todos estuviésemos en capacidad de realizar procesos de análisis de políticas comparadas, para entender el porqué de las posiciones encontradas y las consecuencias que se supone traerán las conversaciones.

Zuluaga, como candidato del Centro Democrático, ha venido diciendo que los colombianos no vamos a aceptar una paz que conduce a la impunidad; que no aceptaremos la paz a cualquier costo; que el presidente Santos ha tomado a las Farc como jefes de debate.

La izquierda, por el contrario, afirma que las negociaciones son el único camino que puede recorrerse para acabar con un conflicto de sesenta años que ha venido desangrando al país de una u otra manera. Que sus preocupaciones radican en el manejo electoral que finalmente puede darle el Presidente en medio de los comicios que se realizarán el próximo año, aún más por cuenta de la participación de la Unidad Nacional como parte defensora del proceso.

La verdad es que la paz necesariamente tendrá una alta dosis de impunidad y que será manejada con fines electorales, como no quisiera ninguna de las partes. Ya sea por cuenta de la justicia transicional que se deriva de las conversaciones o de los excesos requeridos para terminar con una confrontación bélica, habrá de haber impunidad para alguno de los actores.

La verdad es que la paz es una apuesta electoral que beneficia a sus “amigos y enemigos” como caballito de batalla para alcanzar votos de cara a las próximas votaciones, como lo hiciese Uribe al final del proceso del Caguán.

Lo único claro es que los colombianos no tenemos que someternos a una discusión que parece ser el reflejo de las divisiones que causaron en el país la época de la violencia en la mitad del siglo pasado. Los involucrados no pueden pretender levantar a la sociedad civil para que al final la violencia termine replicándose en las calles. Más allá de las posiciones políticas o personales, todos deberían entender que hablar de paz, cualquiera que sea la idea que tienen sobre ella las personas, implica como mínimo respetar al otro, al menos para no seguir repitiendo nuestra triste historia.

@juandbecerra