JUAN DIEGO BECERRA | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Julio de 2012

El costo de la honradez

A veces parece que en este país fuese más difícil ser honrado que cometer delitos. No sólo por esa extraña complicación que se resume en la dificultad para que la justicia llegue, sino más bien en esa indescriptible complicidad, algunas veces tácita otras no tanto, de la sociedad con el crimen y sus consecuencias. No quiero ser malinterpretado. La complicidad es con estilos de vida relacionados con plata fácil, con una convicción que habla de dineros públicos como si fuesen de nadie, con unas instituciones de las que muchos quieren vivir pero por las cuales nadie responde.

Nos acostumbramos a escuchar historias que pareciesen inverosímiles, perdimos la sorpresa, no denunciamos, no votamos. Nos quedamos con las discusiones de café con amigos o compañeros, pero en la práctica no hacemos nada. Criticamos que aquellos cercanos al delito, al narcotráfico o a los grupos paramilitares ocupen cargos de representación popular, pero seguimos eligiéndolos, seguimos escuchando sus argumentos improvisados, seguimos creyendo que nada es con nosotros.

Y los colombianos de bien, esos que trabajan y pagan impuestos, siguen ahí, viendo cómo en este país el costo de cometer delitos es menor que trabajar honradamente por conseguir algunas metas. Parece que al final los malos siempre ganan.

Y esa es la peor consecuencia de fenómenos como el que vimos la semana pasada con la reforma. Los amigos de los que están metidos en la cárcel casi logran sacarlos, y casi que no podemos hacer nada. Y siguen diciendo que nada fue con ellos, en el Congreso y en el Gobierno, que actuaron bajo las leyes, como si la conciencia fuese un fenómeno extraño cuando se llega al poder. Y casi ganan los corruptos y casi se salen con la suya.

Llegó la indignación de la opinión pública, los medios se pusieron de parte de los colombianos de a pie. Pero ellos siguen allá, como si nada hubiese sido con ellos, como si los que tuviésemos que aprender a leer fuésemos los de la calle. Como si tratar de acabar la Constitución fuera mejor que cumplirla, como si de nada sirviese tratar de dejar un mejor país para nuestros hijos en lugar de una tonelada de billetes.

En Colombia es mejor ser un bandido, sobre todo si se consiguen más amigos bandidos. Estoy seguro de que los buenos somos más, pero en el fondo, es triste decir que en este país, parece que eso de nada sirve.

@juandbecerra