Del 19 al 21 de noviembre premios Nobel, economistas, jóvenes activistas, empresarios y expertos de renombre mundial, se reunieron virtualmente en Asís durante el evento “The Economy of Francesco”, para intercambiar argumentos alrededor de una tesis de fondo: el sistema económico que hemos conocido hasta ahora necesita una transformación radical.
El PIB es inadecuado para medir el bienestar de las personas y las comunidades, como han reiterado, entre otros, Jeffrey Sachs y Muhammad Yunus, que participaron en el congreso: no podemos dar por descontado que un aumento de la riqueza producida en un país se distribuya equitativamente. Yunus, premio Nobel, propone una fórmula más efectiva para la transformación: “Cero emisiones de carbono, cero pobreza, cero desempleo”. La pandemia se vio como la última oportunidad para realizar un cambio de rumbo antes de que sea muy tarde: “Si seguimos el mismo camino, terminaremos alcanzando el mismo objetivo y el destino es la deuda y la muerte”. Lo cierto es que, pese al contexto económico y social exacerbado por la pandemia, aún se difunden remedios basados en una concepción de la sostenibilidad que miran más a las cifras que a los seres humanos.
Cabe recordar que los últimos pontífices han promovido una reforma moral en la base de la economía mostrando serias dudas sobre el capitalismo contemporáneo. Juan Pablo II distinguió el capitalismo de la economía de mercado definiéndolo como “un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral”. Benedicto XVI condenó una economía enfocada exclusivamente al beneficio económico, que “cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”.
El Papa Francisco da un paso adelante y propone la búsqueda de un nuevo sistema económico. Dirigiéndose a los dos mil jóvenes del acontecimiento de Asís, reiteró la necesidad de iniciar procesos de cambio radical de los paradigmas económicos, con dos prioridades: la reducción de las desigualdades y la protección de la tierra, rediseñando toda la estructura social e institucional: “Es necesario asumir estructuralmente que los pobres tienen la dignidad suficiente para sentarse en nuestros encuentros, participar de nuestras discusiones y llevar el pan a sus mesas. Y esto es mucho más que asistencialismo. (…) Es hora de que se conviertan en protagonistas de su vida y de todo el tejido social. No pensemos por ellos, pensemos con ellos”.
El congreso concluyó con una declaración final en que los participantes proponen algunas vías hacia “una economía mejor”. Por ejemplo, contra la pobreza plantean que se compartan entre todos los países las tecnologías más avanzadas y se promueva que todos puedan tener trabajo, junto con el respeto de los derechos humanos y laborales. Piden que sean abolidos los paraísos fiscales y que las instituciones financieras multilaterales favorezcan las inversiones éticas y penalicen las especulativas. Y cierran declarándose convencidos de que, pese a que pueda parecer utópico, se puede lograr “gracias a nuestro compromiso”.