El futuro del orden mundial | El Nuevo Siglo
EL PRESIDENTE de Estados Unidos, Donald Trump, lleva seis semanas estremeciendo la geopolítica mundial. /AFP
Viernes, 7 de Marzo de 2025
Joseph S. Nye, Jr.*

CAMBRIDGE – El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sembrado serias dudas sobre el futuro del orden internacional de posguerra.

Recientemente, en discursos y votaciones en las Naciones Unidas, su administración se ha puesto del lado de Rusia, un agresor que lanzó una guerra de conquista contra su vecino pacífico, Ucrania. Sus amenazas arancelarias han suscitado dudas sobre las alianzas de larga data y el futuro del sistema de comercio global, y su retirada del acuerdo climático de París y de la Organización Mundial de la Salud ha socavado la cooperación frente a las amenazas transnacionales.

La perspectiva de un Estados Unidos totalmente desvinculado y centrado en sí mismo tiene implicaciones preocupantes para el orden mundial. Es fácil imaginar a Rusia aprovechando la situación para intentar dominar Europa mediante el ejercicio o la amenaza de fuerza. Europa tendrá que mostrarse más unida y asegurar su propia defensa, aunque el respaldo estadounidense siga siendo importante.

Del mismo modo, es fácil imaginar a China afirmándose más en Asia, donde busca abiertamente el dominio sobre sus vecinos. Esos vecinos seguramente habrán tomado nota.

De hecho, todos los países se verán afectados, porque las relaciones entre estados y otros grandes actores transnacionales están interconectadas. Un orden internacional se basa en una distribución estable del poder entre los estados; normas que influyen en la conducta y la legitiman, e instituciones compartidas. Un orden internacional determinado puede evolucionar gradualmente sin dar lugar a un claro cambio de paradigma. Pero si la política interna de la potencia preeminente cambia demasiado -radicalmente- todo se acaba.

Dado que las relaciones entre los estados varían naturalmente con el tiempo, el orden es una cuestión de grado. Antes del sistema estatal moderno, el orden se imponía a menudo por la fuerza y la conquista, que tomaba la forma de imperios regionales como China y Roma (entre muchos otros). Las variaciones en la guerra y la paz entre imperios poderosos eran más una cuestión de geografía que de normas e instituciones. Como eran contiguos, Roma y Partia (la zona alrededor del Irán actual) a veces se enfrentaban, mientras que Roma, China y los imperios mesoamericanos no lo hacían.

Los propios imperios dependían tanto del poder duro como del poder blando. China se mantenía unida por sólidas normas comunes, instituciones políticas sumamente desarrolladas y beneficios económicos mutuos. Lo mismo ocurría con Roma, especialmente con la República. La Europa post-romana tenía instituciones y normas en forma de papado y monarquías dinásticas, lo que significaba que los territorios a menudo cambiaban de gobierno a través del matrimonio y las alianzas familiares, independientemente de los deseos de los súbditos. Las guerras solían estar motivadas por consideraciones dinásticas, aunque los siglos XVI y XVII trajeron guerras nacidas del fervor religioso y de la ambición geopolítica, debido al auge del protestantismo, las divisiones en el seno de la Iglesia Católica Romana y el aumento de la competencia interestatal.

A finales del siglo XVIII, la Revolución Francesa trastocó las normas monárquicas y las restricciones tradicionales que durante tanto tiempo habían sostenido el equilibrio de poder europeo. Si bien la ambición imperial de Napoleón fracasó, en última instancia, tras su retirada de Moscú, sus ejércitos barrieron muchas fronteras territoriales y crearon nuevos estados, dando lugar a los primeros esfuerzos deliberados por crear un sistema estatal moderno, en el Congreso de Viena de 1815.

El “Concierto de Europa” posterior a Viena sufrió una serie de trastornos en las décadas siguientes, sobre todo en 1848, cuando las revoluciones nacionalistas arrasaron el continente. Tras estas convulsiones, Otto von Bismarck lanzó varias guerras para unir a Alemania, que asumió una posición central poderosa en la región, reflejada en el Congreso de Berlín de 1878. Gracias a su alianza con Rusia, Bismarck consiguió un orden estable hasta que el Kaiser lo destituyó en 1890.

El “siglo americano”

Entonces llegó la Primera Guerra Mundial, a la que siguieron el Tratado de Versalles y la Liga de Naciones, cuyo fracaso preparó el terreno para la Segunda Guerra Mundial. La posterior creación de las Naciones Unidas y de las instituciones de Bretton Woods (el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el precursor de la Organización Mundial del Comercio) marcó el episodio de creación de instituciones más importante del siglo XX.

Dado que Estados Unidos era el actor dominante, la era posterior a 1945 se conoció como el “Siglo Americano”. El final de la Guerra Fría en 1991 produjo entonces una distribución unipolar del poder, que permitió la creación o el fortalecimiento de instituciones como la OMC, la Corte Penal Internacional y el acuerdo climático de París.

Incluso antes de Trump, algunos analistas creían que este orden norteamericano estaba llegando a su fin. El siglo XXI había provocado otro cambio en la distribución del poder, que habitualmente se describía como el ascenso (o, más precisamente, la recuperación) de Asia. Si bien Asia había representado la mayor parte de la economía mundial en 1800, quedó rezagada tras la Revolución Industrial en Occidente. Y, al igual que otras regiones, sufrió las consecuencias del nuevo imperialismo que las tecnologías militares y de comunicaciones occidentales habían hecho posible.

Ahora, Asia está recuperando su estatus de principal fuente de producción económica mundial. Pero sus recientes avances se han producido más a expensas de Europa que de Estados Unidos. En lugar de decaer, Estados Unidos sigue representando una cuarta parte del PIB mundial, como en la década de 1970. Si bien China ha reducido sustancialmente el liderazgo de Estados Unidos, no lo ha superado económica ni militarmente. Tampoco en términos de alianzas.

Si el orden internacional se está erosionando, la política interna de Estados Unidos es una causa tan importante como el ascenso de China. La cuestión es si estamos entrando en un período totalmente nuevo de decadencia estadounidense, o si los ataques de la segunda administración Trump a las instituciones y alianzas del siglo americano terminarán siendo otra caída cíclica. Puede que no lo sepamos hasta 2029.

*Profesor emérito de la Universidad de Harvard, es exsubsecretario de Defensa de Estados Unidos y autor de las memorias A Life in the American Century (Polity Press, 2024).

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