Mientras usted lee estas palabras, muy lejos, a 13.000 kilómetros de donde posan la vista sus ojos, en medio del árido desierto de Catar, avanza lentamente el desmonte paulatino del icónico Estadio 974. Aquella joya moderna de la arquitectura deportiva que, cuales Legos colosales encarrados uno sobre otro por algún creativo gigante de arena, puso cientos de coloridos contenedores de mercancías al servicio de la sostenibilidad planetaria. Pero más allá de esta maravilla del reciclaje ingenieril, la ecológica historia del Estadio 974 tiene otra lectura, una sobre nuestros propios tiempos.
Si fuera una cuestión reducida meramente a la calidad del espectáculo, el Estadio 974 no tendría justificación alguna para desaparecer, pues nos deleitó con varios de los encuentros más intensos de la pasada Copa del Mundo. El agónico 3-2 de Portugal contra Ghana, la sufrida remontada 2-1 de Francia contra Dinamarca, el emocionantísimo, aunque desapercibido, 2-3 de Suiza contra Serbia son credenciales suficientes para ganarse un lugar en la inmortalidad mundialista. Pero nada de eso ha valido, pues parte de la belleza que se aloja en el relato del Estadio 974 está precisamente en lo sublime de lo breve. En que incluso la primera piedra que se puso por allá en 2018 estaba destinada a ser un fugaz destello de alegría durante siete partidos que luego fenecería para siempre. Una melancólica misión suicida en toda regla.
Como bien nos lo advertía por 2021 el filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro “No Cosas: Quiebras del Mundo de Hoy”, la desmaterialización de nuestra realidad es una tendencia que se acelera vertiginosamente e impregna progresivamente todos los ámbitos de nuestra vida. Primero fue la digitalización de las cámaras fotográficas, luego les llegó el turno a los libros (aunque la letra impresa resista como una campeona) y así, uno a uno, los objetos que dan fe de nuestro paso por la existencia van atomizándose en silencio, al punto que nuestros mismos recuerdos terminan reducidos a poco más que un acervo de vivencias que fueron, o al menos creemos que fueron, pero de las que no quedan vestigios físicos que así lo atestigüen.
Y, entonces, con el Estadio 974 llega la hora de la evanescencia para los templos de la religión del fútbol. Auténticos lugares de peregrinación que guardan en sus paredes los espíritus de las victorias pasadas. No en vano todo el planeta reconoce al vuelo nombres emblemáticos como “El Maracaná” o “La Bombonera”. No en vano el Santiago Bernabéu es de las atracciones turísticas más visitadas de España. No en vano los espectadores pueden distinguir a lo lejos las postales grabadas en sus pupilas donde se forjaron las leyendas, como el Allianz Arena de Alemania 2006 o la calabaza Soccer City de Sudáfrica 2010.
En cuestión de meses, el Estadio 974 finalizará con éxito su agónico adiós y con él no solo se irán los goles que allí se marcaron, sino que también empezará en firme la era de lo efímero, una donde nada permanece y todo se desvanece convertido en polvo de estrellas.