“La furia del virus ilustra la locura de la guerra. Es por eso que hoy, pido un alto el fuego global inmediato en todos los rincones del mundo. Es hora de poner los conflictos armados en cuarentena y enfocarnos juntos en la verdadera lucha de nuestras vidas”. Tal era el llamado del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el pasado 23 de marzo. Nada parece ser más lógico. Ningún sentido tiene añadir a la incertidumbre, a la angustia y la penuria que ha traído consigo el Covid-19, aquellas otras que son la sombra indisociable de los conflictos armados, que, como la pandemia misma, suelen encarnizarse con los más débiles y vulnerables.
Acaso en algún momento pareció que una expectativa semejante podría llegar a cumplirse. El eco de su mensaje -por la razón que haya sido- no dejó de oírse en algunos lugares del mundo. En Colombia, el Eln declaró una tregua unilateral. Y en el Consejo de Seguridad de la ONU empezó a discutirse una iniciativa de Francia y Túnez para establecer una pausa humanitaria universal de 90 días en todos los conflictos armados.
Sin embargo, aquel mensaje y su eco parecen haberse disuelto rápidamente en el aire. El Eln ha vuelto a las andadas. Otros actores armados han adaptado sus prácticas a la coyuntura, e incluso, se aprovechan de ella. La disputa entre Washington y Beijing, y la arremetida del presidente estadounidense contra la OMS, han frustrado por ahora (y quizá irremediablemente) cualquier pronunciamiento del órgano rector de la paz y la seguridad internacionales en ese sentido.
Es cierto que las capacidades militares de muchos Estados están volcadas en operaciones de apoyo a autoridades civiles, fundamentales para la gestión de crisis. Se han suspendido maniobras militares en distintos lugares. Y la presión fiscal, el imperativo de reorientar recursos a la atención del impacto económico y social de la pandemia, se harán sentir, seguramente, en los presupuestos del sector defensa en muchos países.
Pero ni el vehemente clamor del Secretario General de la ONU, prácticamente fallido, ni las restricciones presupuestarias auguran una posible “Pax Pandémica”.
Las grandes tensiones y conflictos parecen, esos sí, ser inmunes al Covid-19. Corea del Norte no ha dejado de hacer pruebas de artillería y ensayos balísticos. Incluso ha aumentado su intensidad y frecuencia. Las operaciones militares y cibernéticas de Irán se han multiplicado al fragor de su enfrentamiento con Estados Unidos. El Estado Islámico intenta ganar terreno en Iraq y en Afganistán. Libia y Siria siguen atrapadas, cada una, en su propio agujero negro, en el que miden sus fuerzas, propios y extraños.
Puede que otros conflictos, por la fuerza de las circunstancias, den la impresión de estar hibernando. ¿Pero qué será de ellos cuando, más voraces, despierten? ¿Y a qué otros nuevos conducirá el complejo escenario político, económico y social, la enorme inestabilidad que dejará como legado la pandemia en tantas naciones?
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales