La historia | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Diciembre de 2016

Santayana decía que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Marx, que la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa. Y otros, como Vico, que las naciones pasan por etapas de cursos y recursos. 

En Colombia con el auge del narco tráfico con el gobierno de Ernesto Samper, no por coincidencia, se abolió el estudio de la historia en los colegios. Se entiende que resultaba útil  borrar la memoria colectiva que es el alma y la tradición de un pueblo. Ahora las nuevas generaciones carecen del mínimo referente con el pasado. Ignoran minuciosamente la tradición, terrible o heroica, que supuso llegar a la nación a donde estamos. Y no tienen la capacidad asociativa con un tiempo anterior, de modo que su visión del mundo es adánico, creen que la realidad nació con ellos. 

Así continuó el país durante el gobierno de Andrés Pastrana, y las dos administraciones de Uribe en la última de las cuales se cometió el mayor crimen de nuestra historia escrita con el eufemismo de los “falsos positivos”, tres mil jóvenes reclutados, asesinados, presentados como terroristas y por cada cadáver los jefes de brigada cobraban casi cuatro millones de pesos. Con esos recuerdos, dirían, ¿Para qué recordar?

Apenas ahora barruntó nuestra clase dirigente que esa omisión era parte del problema nacional. Que un sujeto sin memoria es un ente. Las nuevas generaciones forjados en esa omisión ignoran que significa Núñez, Santander o el propio Bolívar. Tienen una esquela en blanco referido al pasado. Con todo, el gobierno Santos pasará a la historia como adalid de paz y no por coincidencia, como restaurador del estudio de la historia en los colegios. Pero el problema es hallar profesores…

Quizás el único paralelo de ignorancia forzada sea el de Polonia en el que se prohibió la historia con la ocupación nazi. La Gestapo llegaba con unas listas de profesores y artistas, similar a las del DAS con nombres de sindicalistas en el gobierno de Álvaro Uribe. Procedían a matarlos. Consideraban que sería más fácil someterlos si no recordaban sus raíces, sus referentes de pertenencia. Como es natural, los polacos oprimidos, ayudados por los curas, traficaban con libros de historia que les recordaban las vicisitudes de su patria. Y a su vez escribían para que no olvidaramos lo que les estaba ocurriendo.  De ese modo sobrevivirían al nazismo y el comunismo, y de sus entrañas saldría la lucha de “Solidaridad” y un Papa, que darían al traste con la URSS.