Cuando yo vivía en Estocolmo envié una carta a Samuel Moreno, en ese entonces alcalde de Bogotá, contándole cómo con el tratamiento adecuado de basuras podía generar la energía suficiente para mover el metro que él proyectaba construir. Me respondió que enviaría una misión a Suecia a estudiar el tema. Esto nunca se llevó a cabo por razones bien conocidas.
Traigo a cuento esta anécdota porque he leído un reportaje en el que se dice que la construcción e instalación de las plantas eléctricas que usan basuras como combustible, hace parte de las propuestas del Plan de Ordenamiento Territorial que está en estudio. Según la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp), el decreto 2412 (diciembre del 2018) del Ministerio de Vivienda, que autoriza el pago de un componente de aprovechamiento de residuos en la tarifa de aseo, generaría recursos para financiar este tipo de proyectos y el aprovechamiento de los gases metano, que es treinta veces más contaminante que el CO2, y otros para producir biogás.
Bogotá arroja 6.500 toneladas diarias de basura al relleno de Doña Juana. El sistema de rellenos está mandado a recoger y contra él se oponen el reciclaje y la producción de energía, además de mil y una razones sanitarias como los lixiviados. En Suecia solamente se entierra el 4% de la basura, incluyendo las cenizas que dejan las plantas térmicas.
Han pasado siete años desde mi carta y solamente ahora se está pensando en el tema. No es de sorprenderse claro, pues el alcalde Juan Pablo Llinás anunció en 1957 haber firmado un contrato con los japoneses para construir el metro y… nada. Ojalá la noticia del Uaesp se haga realidad.
Valga la pena mencionar que en Estocolmo se aprovecha el 99% ¡sí, el 99%! de la basura, reciclando lo reciclable y produciendo energía para calefacción de cientos de miles de familias en el invierno, más o menos por partes iguales. Los andenes del centro se calientan para evitar el hielo y los accidentes. A mí me alegraba ver la chimenea de la planta de Lidingö, cerca de mi casa, apenas comenzaba el invierno. Hay más de 30 estaciones de energía en el país y tienen que importar basura de otros países europeos para alimentarlas. Esto demuestra la distancia astronómica de Colombia con los países escandinavos, pero hay que empezar.
Se requiere crear una cultura del reciclaje y del cuidado del medio ambiente por los ciudadanos. Y eso incluye multas muy fuertes a quienes no lo hagan. Los suecos separan en casa residuos orgánicos, metales, pilas, vidrios de color, vidrios transparentes, plástico duro, plástico blando, cartón y papeles, tetra pak, etc. y la tecnología hace el resto. Se requiere un cambio en la cultura política y enseñar a los niños a respetar esas reglas. No sé si la Fecode esté en condiciones de asumir el reto.
Sería bueno que el alcalde pensara en aprovechar esa energía en el metro o en tranvías eléctricos de los que es tan enemigo. Pero ha recibido recientemente lecciones muy duras de lo que significa la contaminación que produce el diésel en el transporte público. Aunque si juzgamos por lo que vemos en la Avenida Chile que, después de la alharaca de sacar a los vendedores ambulantes, está otra vez invadida por ellos, mi entusiasmo se apaga.
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Coda: ¿Será que Peñalosa entra por el aro del transporte público eléctrico? Ya lo han hecho Medellín y Cali y, en Suramérica, Santiago de Chile y Guayaquil.