Establece el artículo 190 de la Constitución: “El presidente de la República será elegido para un período de cuatro años, por la mitad más uno de los votos que, de manera secreta y directa, depositen los ciudadanos en la fecha y con las formalidades que determine la ley. Si ningún candidato obtiene dicha mayoría, se celebrará una nueva votación que tendrá lugar tres semanas más tarde, en la que sólo participarán los dos candidatos que hubieren obtenido las más altas votaciones. Será declarado presidente quien obtenga el mayor número de votos”
El 29 de mayo tendrá lugar la votación, en primera vuelta, para elegir presidente de la República. Solamente ese día sabremos, dependiendo de los resultados, si habrá o no la segunda vuelta que prevé el mandato constitucional para el caso en que ninguno de los aspirantes obtenga la aludida mayoría calificada (mitad más uno de los sufragios).
Esta campaña ha sido, sin duda, una de las más vergonzosas de nuestra historia democrática. Se ha caracterizado por la pobreza argumental y por la falta de altura y lealtad; por el lamentable esquema de enfrentamientos personales, insultos, improperios, falsedades, con el cual se ha sustituido el sano debate intelectual y político y la transparente presentación de opciones, con miras al conocimiento, valoración y decisión del electorado. Como debe ser en una democracia, particularmente tratándose de un certamen tan decisivo para el futuro del país. Se esperaba -y no llegó- la formulación clara y comprensible de ideas, programas, proyectos de gobierno y fórmulas de solución frente a tantos problemas como los que enfrenta Colombia en diferentes campos.
Una democracia madura, como aquella a la que creíamos haber arribado hace años -estábamos equivocados- se distingue por el predominio de la razón y del liderazgo sobre la emotividad, la violencia verbal y física, la manipulación, el engaño y la trampa.
También se ha desarrollado la campaña en un clima de abierta inobservancia del Derecho: iniciativas gubernamentales de normas manifiestamente inconstitucionales, como la que modificó la ley de garantías; intervenciones públicas de gobierno, órganos de control y altos mandos militares contra candidatos y sus propuestas, lo que -desconociendo la prohibición constitucional- configura participación en política. Rompe su imparcialidad el Gobierno que cae en inútiles controversias electorales ajenas a sus funciones.
Hemos visto, igualmente, en algunos medios de comunicación -también parcializados-, una inocultable manipulación informativa, sobre hechos, encuestas y propuestas, con el fin de desorientar a los votantes. Además de las “bodegas”, de una y otra tendencia, en las redes sociales.
Por si fuera poco, algunos empleadores anunciaron despedir a trabajadores y empleados que no voten según sus instrucciones, violando el secreto del voto y constriñendo al sufragante.
Por último, estando ya en marcha las elecciones, con ciudadanos colombianos votando en el exterior, se habló de proyectos de golpe de Estado -sin prueba alguna de ello-, y hasta de interrupción, suspensión o postergación de los comicios.
Consigna: vote cada uno por su candidato, pero en libertad, en paz, con altura, pensando en las prioridades de interés general, sin más ofensas, descalificaciones, ni denuestos. Preservemos nuestra democracia. Y que una campaña tan penosa no se repita.