El paso de la “gobernanza internacional” a la “gobernanza global” constituye uno de los avances más importantes en la construcción de un orden mundial que facilite la gestión y administración de los asuntos colectivos-, es decir, todos aquellos que no pueden ser abordados eficiente y eficazmente de forma unilateral, y que demandan algún grado de cooperación o, al menos, de coordinación y sincronización. La “gobernanza internacional”, de bases eminentemente westfalianas, apareció en el siglo XIX como consecuencia de la consolidación del conjunto interestatal, el desarrollo del derecho internacional público, y la formalización de los instrumentos de acción colectiva gracias a la aparición de las organizaciones internacionales. La globalización contemporánea, como es apenas obvio, ha potenciado la aparición de una “gobernanza global” caracterizada por la incorporación de nuevos actores (además de los Estados y gobiernos nacionales), la creación de nuevas formas institucionales que van más allá de las tradicionales (estado-céntricas, contractuales, y rígidas), y por la creciente segmentación y fragmentación del sistema de gobernanza en distintos niveles espaciales y esferas funcionales.
Hay un lugar reservado para las ciudades en esta “gobernanza global”. Las razones son evidentes. Durante los últimos años, con una velocidad y profundidad sin precedentes, se ha intensificado el proceso de urbanización, al punto que en 2014, por primera vez en la historia la población urbana superó la rural. En todo el mundo existen ya más de 30 mega-ciudades (varias de ellas en Latinoamérica). Las ciudades, en lo que parece su sino natural, se han convertido en los epicentros de la vida política, económica, social y cultural. Son los escenarios donde millones de personas ejercen sus derechos, satisfacen sus necesidades y aspiran a realizar sus proyectos de vida. En las ciudades se construye y refuerza el tejido social, eclosionan la creatividad y la innovación, y florece el emprendimiento. Las ciudades se han convertido en el centro de gravedad de la gobernabilidad, el desarrollo y la sostenibilidad.
Será virtualmente imposible afrontar los grandes desafíos globales -desde el cambio climático hasta las migraciones, pasando por las pandemias y los derechos humanos- sin contar con el concurso de las ciudades. Su participación activa en la gobernanza global podría contribuir a resolver varios “cuellos de botella”, a acelerar procesos que parecen anquilosarse en el nivel intergubernamental al que discuten los Estados-nación, a identificar y proveer respuestas directas, eficaces y eficaces a las necesidades más acuciantes. A fin de cuentas, en el siglo XXI estos son asuntos demasiado serios como para dejarlos en manos de los protagonistas (y sospechosos) de siempre.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales